viernes, 31 de agosto de 2007

La última misión

Ahora, voy a describirlo lo mejor que pueda. Contaba con un cuerpo grande, tanto en altura como en ancho. La panza no era chica, y siempre recibía los platos de comida con una sonrisa en los ojos. Su voz se alzaba por la casa como un trueno, especialmente en momentos difíciles, y ella tenía un carácter incuestionable. Era un hombre fuerte, de eso no caben dudas. Estoy seguro de que llevó a cabo infinidad de negocios oscuros. Su figura se elevaba como ejemplo familiar: un hombre que se hizo desde abajo, sin ayuda de nadie. Todos los que lo conocían tenían presente que era mejor no hablar de ciertas cosas. Pero la realidad lo había golpeado hasta derrumbarlo en una cama, y donde hubo fuerza ahora había debilidad. El tiempo se escurría como arena entre sus dedos.

La Muerte. Se corta la línea del mundo. No se ve más nada. No se escucha más nada. Vacío, no tacto. Eso es lo que me espera. En todo caso debo sentirme así porque no estoy conforme con lo que hice. Acaso me queda tan poco tiempo, que sólo podré aliviar mi pesar con ideas. No lo sé. Tal vez sea capaz de emitir algunas palabras que me hagan volar de la cama. Mi cama, mi maldito hogar. Quién podrá perdonar mis pecados. Ya no puedo moverme los domingos a la iglesia. La iglesia, qué hermoso lugar. Me he acostumbrado a lavar las culpas semanalmente, como si eso me diera crédito para continuar con mi vida. Es que algo debo haber hecho mal para pedir perdón siempre por las mismas cosas. Son las tres de la tarde y no han traído el almuerzo. De cualquier modo, igual no tengo hambre. Debo estar razonando mal. No creo, aunque todo es tan extraño, irreal. Fiebre mortal me alquiló la cabeza y parece no querer irse. Su felicidad y su vida son mi miseria y mi muerte, pero cómo salir de ésta. Es que acaso no quiero seguir vivo, o quizá me espera algo mejor en algún lugar que ningún vivo pudo ver. No lo sé.

Se durmió sin darse cuenta. Profunda caída, al sótano de su mente en llamas. Ni siquiera aquí la paz. De pronto, imágenes de personas que trataron con él en vida lo apabullaron, los actos egoístas que le permitieron alcanzar su trono; ahora devorado por la peste. Vio todo el mal que causó acumularse, hasta formar una inmensa nube negra sobre su cabeza. Lo último que recordó al despertar fue que llovía sobre él.
Pensó en llamar a un psicólogo para que interpretara sus sueños. Algunos en la casa estuvieron de acuerdo, pero el tiempo pasó y nadie hizo nada al respecto. Se sintió un poco olvidado, pero ya no se quejó de nada. En su intimidad, que era lo único que le quedaba intacto, buscó un porqué a toda esta pesadilla. Se hundió en la mente, propia y desconocida. Durante días no habló, estaba en trance. La gente sentía pena, pero desconocían que estaba en una misión.

Abrió los ojos, ya tibios, casi fríos. Absorbió la luz que entraba tímida por la ventana, dibujando formas de colores en el techo. Dos mucamas lo asistieron y le preguntaron amablemente si deseaba algo. Odió ese momento. El poder del dinero no tenía valor en la recta final de la existencia. Lo más duro, carecer de futuro. Pensar en un pasado mañana y asombrarse ante la inminencia de la desaparición física. Así se tendrían que sentir todos, pensó furioso, pero no, no es sensato pensar a diario en la muerte. La gente no puede vivir con la muerte entre ceja y ceja. Sin embargo, existe entre los humanos un pacto mediante el cual vivimos. Y lo hacemos dándole la espalda a los misterios más profundos. Pero al fin de cuentas, qué es la vida sino enfrentar lo que es más fácil esconder, buscar respuestas donde todos se han callado. Floreció en el hombre un arrollador ímpetu de vida, y lloró sin consuelo por todos los momentos que vio desperdiciados.

La mañana de su muerte se despertó con un grito. Fue tan fuerte que las paredes temblaron. Por unos instantes, algunos en la casa olvidaron que estaba enfermo, y viajaron en el tiempo, creyendo que al abrir la puerta de su habitación lo encontrarían sano y fuerte. En el rostro del hombre ya no detectaron signos de dolor ni de sufrimiento. Comprendieron que iba a morir y se retiraron respetuosamente, dejándolo a solas con su hija Sol. Allí la vio, tan hermosa como un amanecer. Ella le preguntó cómo estaba. Él, dijo, sin mentir, que se encontraba mejor. Sol se acercó y se sentó en la cama, tomando su mano. Lentamente, con un susurro, ambos se despidieron. Él dijo: "Que todos me perdonen". Sol se acostó junto al padre, mientras la luz seguía dibujando formas de colores en el techo.

4 comentarios:

Lebowski dijo...

Genial.
Una duda.
¿Qué hay despúes de la muerte, o en la muerte, Polanski?

Anónimo dijo...

Jaaa, qué pregunta misteriosa. Me hiciste pensar mucho. Pero tengo que contestarte, sin dudas, que hay que ocuparse un poco más de la vida, para hacer de este mundo un lugar más agradable para todos.
Javii

Emma dijo...

tengo que suponer que fue un alivio que haya muerto?

Anónimo dijo...

creo que lo que fue un alivio es lo que pudo hacer antes de morir, pidiendo un poco de paz con él mismo.