viernes, 17 de agosto de 2007

Correr

Entonces, empezó a correr. Atravesó un espeso bosque de color casi gris. No habían aves, tampoco sonido alguno y la luz era cada vez más escasa. Las ideas faltaban y lo único que había para hacer, sin duda alguna, era correr. LLevó su esfuerzo al límite, los pulmones casi estallaban. El corazón mantenía un ritmo alocado, una aceleración seguida de una lentitud escalofriante. A pesar del dolor, ella seguía corriendo, profundizando el dolor, complaciéndose en la desgracia.

Sol. Por un momento creyó distinguir la luz en un pequeño agujero entre los árboles. Incluso veía tonos verdes a lo lejos y, como una burla a su inteligencia, una mariposa voló muy rápido sobre ella, adelantándose, y se perdió en el túnel luminoso. Ni un minuto dejó de correr, pero nunca llegó a donde quería. De pronto, una ardilla veterana con bigotes blancos comenzó a correr a su lado.

-No puedo parar-confesó la corredora a la ardilla-.
-Eso es porque estás atrapada.
-¿Cómo?-ella soltó la pregunta de forma desesperada, como si todo dependiera de la respuesta.
-Yo no existo hasta que tu me veas-dijo la ardilla-. Estás corriendo para escapar, pero escapar así no sirve de nada. No es posible escapar de uno mismo. Como viste, correr no te hizo llegar a tu meta. Muchas veces por ir rápido no se llega a ninguna parte.
-No entiendo nada, yo quiero estar bien, de verdad lo quiero, pero mírame, soy una máquina insensible. Desearía ser una niña de nuevo-dijo-.
Cuando se volvió hacia la ardilla, ésta había desaparecido, y otra vez se encontraba sola en el bosque, corriendo sin freno.

Se derrumbó. Su pelo rubio caía generoso sobre el pecho, tendida sobre una hierba oscura, el cuerpo hermoso y pálido se veía derrotado. Así, una vez más, la belleza evocaba una tristeza sin consuelo, verla allí era insólito. Pero aún estaba viva, y la vida es lo último que se pierde.

Al despertar, lo primero que notó fueron los músculos entumecidos. Comprendió que no iba a correr más. Vio que una niña la saludaba desde lejos, por detrás de la pequeña habían pájaros volando. Lágrimas cayeron como cataratas por su rostro mientras, lentamente, comenzó a caminar hacia la niña que alguna vez fue. Paso a paso, la insondable espesura del bosque se hacía verde, al tiempo que el sol brilló nuevamente. Cuando todo esto ocurría, yo -una simple ardilla del bosque- me reía, y dejaba que esta magnífica escena se desplegara como una alfombra mágica ante mis ojos.

1 comentario:

Emma dijo...

ja. yo entiendo.