miércoles, 22 de agosto de 2007

Juana

En la ciudad de los ídolos, todos querían ser como alguien más. Desde la infancia a la vejez, los habitantes buscaban lugares para ver sus reflejos y, de esa manera, comprobar si se parecían más al modelo que los obsesionaba. A lo largo de toda la ciudad se desplegaban las fotos de los tres ídolos que se permitía imitar. Y esto es serio: cada escuela, calle, edificio o casa disponía de tales imágenes. Por supuesto que se fabricaban millones de espejos. A los doce años, cada niño debía obtar por uno de los seres supremos, y rendirle honores por el resto de la vida. En la ciudad nadie rezaba, era la obediencia ciega del parecido que guiaba los actos de cada persona. Aquel que rehusara elegir, era expulsado hacia los bosques salvajes, lo que significaba la muerte.

Juana tenía once años y conocía muy bien la historia. En una semana tendría que optar entre Fagen, Mir o Emme, y ya había tomado la decisión. No iba a elegir a ninguno. La niña era de mirada seria, con ojos azules hondos, pelo color roble y no le gustaban las sonrisas. Es necesario aclarar esto último. Los padres, durante los cuatro meses anteriores a la elección, obligaban a sus hijos a sonreir. Esto era una obligación moral, cuyo objetivo era influenciar a los más pequeños para que no tomaran el camino equivocado cuando les llegara el momento.

Lara, la madre de Juana, era una mujer hermosa. Todos los días vestía con orgullo la ropa que caracterizaba a Mir. Desde sus doce años -tenía 36 ahora-, había intentado parecerse cada vez más a su ídolo. Para esto, debía observar con detalle las fotos diarias de Mir, que eran modificadas en algunos aspectos y esto la mantenía entretenida siempre. La vida era tranquila para ella, mientras igualara casi a la perfección a Mir.

Los ídolos, de acuerdo a lo que Juana sabía, habían liberado a la ciudad varios miles de años atrás. En esos tiempos, la ciudad se llamaba Arena y era atacada por asaltantes constantemente, así, los pobladores perdían sus riquezas y las casas eran destruidas. Una vez que Fagen, Mir y Emme expulsaron a los violentos, todos los que vivían en Arena decidieron adorarlos. Con el tiempo, esto se convirtió en una obsesión y cuando los ídolos murieron, la gente se sintió sola y abandonada. Fue así que los gobernantes optaron por continuar con la tradición, y crearon una ley drástica, por la cual los ídolos deberían ser adorados hasta el fin de los tiempos. La ciudad se había convertido en una cápsula gigante. La ciudad era la rutina eterna.

En la cabeza de Juana rebotaba la idea del escape. De tanto imaginar la vida en el bosque le parecía que ya no vivía en la ciudad. No le dijo a nadie lo que iba a hacer, se comportaba normal: iba a la escuela y sonreía varias veces al día, de acuerdo a lo establecido. Como un acto simple que cualquiera hace sin cuestionarse en lo más mínimo, su ambición era ser libre. La rebeldía la llevaría a una profunda soledad. Eso ya lo sabía. Sin embargo, la niña era la persona más ambiciosa de la ciudad: ella iba a ser una ídola en sí misma.

Un día antes de la elección, Juana tomó lo necesario y se marchó en la noche hacia el bosque. En silencio, sin hacer escándalos. Atrás dejó el lugar donde la felicidad era un recuerdo lejano. Nadie la volvió a ver. Su madre, al despertar aquella mañana y ver que la hija no estaba, inmediatamente corrió frente al espejo con la foto de Mir y se arregló lo más que pudo. Al verse parecida a su ídolo se sintió más segura, fue entonces que salió a la calle como todos los días y no volvió a pensar jamás en Juana.

1 comentario:

pUbLiFrEaK dijo...

La libertad es tan común para nosotros que no nos damos cuenta de lo afortunados que somos.

Salú!