viernes, 29 de mayo de 2009

La calle, el país a la vista

Este pequeño “blog” lo hice para poder contar mis historias. Si me lee una persona, y algo de lo que escribo llega, ya estoy contento. Esta vez, sin embargo, voy a dar una visión de la realidad. La calle. Y no el “Qki”. Pasan cosas que hay que cambiar, más bien es un cambio de mentalidad, buscar una visión de conjunto. Aceptar un estilo de vida “uruguayo”, adaptarse a la mediocridad, no es el camino.

Nuestra sociedad avanza cada vez más hacia la guerra, la confrontación. ¿Sabes cuál es el problema? Somos todos diferentes, pero demasiado diferentes. No es un tema de lucha de clases, es de diferencias y necesidades. Las reglas son difusas por excelencia y si existen, se rompen, tal es la naturaleza de una regla. Dos cosas pueden suceder: que se cumpla o no. Otras reglas no escritas existen sólidas, en el aire, en la calle. Burlan a la gente, se imponen. Estas son las reglas que crean los necesitados, los que terminan imponiéndose “de vivos” sobre la población. ¿Por qué si tenés auto te presionan para limpiarte el vidrio o hacerte estacionar y cuidarte? Y si no les das guita, van y ¡tacate!, te rayan bien el costado del auto o alguna maldad peor. Eso pasa porque la gente no tiene ganas o poder de cambio.

Y si le das diez pesos por “cuidada”, o por “estacionada”, y vos ganás $8000 por mes. Te movés dos veces por día, le das a esta gente como $500 por mes. El problema es que no son empleados amables. Cuando no largas la moneda se ponen ordinarios, violentos. Es una mafia. Pero miramos al costado y siguen creciendo.

Cuando camino por la calle miro siempre hacia atrás o a la vereda de enfrente, sólo para ver si viene alguien a robarme. Son cosas que todos sabemos. Hay que estar despierto, te distraes y la quedas. Además no te la podes jugar por nadie, antes capaz que algún loquito te corría al chorro que le acabó de robar la cartera a la viejita. ¿Pero ahora qué? Hacer la del héroe te sale más caro que esa jubilación robada, más caro que el honor…Vas a pelear como un hombre y te eliminan del juego a tiros. Y lo peor, después ni siquiera van presos.
En las noticias es normal escuchar “Yo ando armado. Si me vienen a matar, yo los mato antes". Es real y lamentable.
Cuando llega la ley de la selva, y te sentís amenazado y en peligro, todas las frases hechas desaparecen. Es matar o morir.

No tengo ni idea qué es lo que pasó. Yo ya estaba acá, nací, viví y no llegué nunca a entender el origen de las cosas. Sé, como tantos otros orientales, que el país se vino abajo. Podrán investigar, dar datos, proponer salidas alternativas, utópicas. Pero no cambia nada en el terreno real. Cada cuál cuida lo que tiene como puede. Y los que no tienen se la agarran con los que tienen. El “resentido” es un personaje tradicional, es una institución, una idiosincrasia muy poco sana. Parece que si te va bien en la vida también sos culpable de que a otros les vaya mal.

La verdad que es un problema sin solución. Algunos dicen: “es la educación”, otros “es que no quieren trabajar”, “tienen demasiados hijos y los mandan a pedir” o “no tuvieron oportunidades”. Hay un poco de cada cosa. Pero ¿cómo solucionar un tema tan delicado si no hay unidad entre las personas?
La realidad muestra que si bien todos somos humanos, la falta de educación y de cultura y de trabajo, provoca que muchos se parezcan más a los simios, a bestias primitivas que luchan por sobrevivir. Y los responsables de acortar esa brecha parecen ser, desde todo punto de vista, unos inútiles.

Pero algo se puede hacer. Hay cosas que sí se pueden cambiar. Voy a poner tan solo un ejemplo.
Hay una masa inerte de empleados públicos, herencia obsoleta del batllismo. Todos sabemos que hay mucha gente ahí metida que no hace nada. Y cobran. Y la gente que trabaja de verdad les banca la vida. Incluso estos empleados están ofuscados y te atienden de mala gana, como si hacer tu trámite es un misterio y un drama, como si su trabajo fuera el peor del mundo. ¿Hasta cuando? ¿No existirá nunca la fuerza política para trasladar esos recursos desperdiciados y poner a funcionar el país?
Con las montañas de plata que se roban estos empleados se puede mejorar la educación, dar trabajo, apoyar la cultura, tener la ciudad limpia, entre miles de cosas que se necesitan. Hay que frenar la caída, porque somos una sociedad muy desagradable, que se cava su propia fosa.

Por ahora la salida es meternos cada uno en nuestras casas. Es como si existiera toque de queda. ¿Qué si hay miedo? Pero claro. Hay enormes partes de la ciudad que son como Ciudad de Dios, viste, la película brasilera. Todos la miran y se asombran: “mirá lo que pasa en Brasil”. Acá es lo mismo. De a poco la gente se refugia. La gente honesta, los que hacen lo que hay que hacer, son los verdaderos perjudicados.

Las reglas que son fuertes de verdad, las de la calle, nadie las controla. Todos ven soluciones, pero parece que es mejor regocijarse en la queja, explicar con lujo de detalles por qué no se puede mejorar un país de tres millones de habitantes, con todos los recursos necesarios para ser feliz.

viernes, 22 de mayo de 2009

Dia de los Inocentes

Hace tiempo que no conoce el amor.
Néstor, un compañero de trabajo con el cual mantiene una buena relación, le presenta una candidata. Más que nada le ofrece un papel con un número, y la promesa de que la mujer ya está en conocimiento de la situación. La situación es que existe un tipo llamado Mariano Fillipo, divorciado sin hijos, que capaz la llama para invitarla a cenar.

Una cita a ciegas es una aventura imprevisible. Llamar a esta mujer no es cosa fácil para Mariano. Porque Mariano ha construido una cáscara de soledad. Se ha regocijado dentro, con la fuerza abismal del subconsciente. Ya no puede saber cómo fueron las cosas, por qué estuvo tanto tiempo sin conocer a nadie. Existe, sí, un vago recuerdo, un presentimiento eterno de desgracia, relacionado íntimamente con el pasado tortuoso. Hay cosas que tenés que dejar atrás, y empezar a vivir de nuevo, le aconsejó la sicóloga en una sesión hace años. Una frase hermosa, sencilla, limpia. Un consejo quirúrgico, que flota por los aires sin que Mariano lo pueda recoger y aplicarlo. Vivir de nuevo…suena tan lindo, tan película de Disney, piensa Mariano.

Mariano es de esas personas que no se abren a los demás. Es como una ostra. La razón por la que habla sólo lo necesario, trabaja lo justo sin decepcionar a nadie en la oficina, y mira el movimiento del mundo por televisión. Ha ocultado su locura a un conjunto social que la rechazaría, porque según ve, nadie quiere ser atormentado con problemas ajenos. Casi nada lo asombra. Reconoce que algo anda mal, pero sigue andando (mal), ya que no tiene voluntad de cambiarse a sí mismo.

Pero alguien pensó en él y ahora tiene un papel con un número de teléfono. Ella se llama Claudia. Levanta el tubo y disca, con una determinación no suya. Suena dos, tres veces, y su corazón palpita rabioso.
-Hola, ¿Claudia?
-Si, ¿quién es?
-Soy Mariano, el compañero de Néstor en Jetlab…
-Ah, si, ¿cómo te va?
-Bien, por suerte. ¿Vos?
-Muy bien, acabo de llegar a casa del trabajo. Bastante cansada.
-Está bien, yo también tuve un día difícil en el laboratorio…pero bueno,... Claudia, sé que esto es medio raro, y no estoy acostumbrado, pero me gustaría invitarte a cenar algún día de la semana.
-…
-Claudia, ¿estás ahí?
-Sí, sí, me agarraste desprevenida, ja ja, me parece bien Mariano. Yo estoy libre el jueves y el viernes...
Mariano cuelga el teléfono azul Panasonic, un artefacto que lo acompaña hace casi una década. Lo mira como si fuera una persona, sonríe, y va a la cocina a comer algo. Más tarde se duerme tranquilo, la bondad de la llamada trae esperanza. Claudia tiene una voz armónica y firme.

Sube al Chevrolet. Está vestido prolijo: camisa blanca, pantalón de pana negro y zapatos marrones; sin barba. Maneja hasta el restaurante donde Claudia lo espera. Como no sabe cómo es, se acerca al mostrador y le pregunta al jefe de mozos por Claudia Marsia. El hombre le indica con un golpe de ojos el lugar. Al fondo a la derecha. La única mesa ocupada. Tiene dos velas encendidas. Ocupada por Claudia Marsia, una de las mujeres más feas que Mariano ha visto jamás. Rápidamente, Mariano se sienta frente a ella, y acepta su destino, como un kamikaze del amor. No piensa en nada, se presenta y empieza la velada.

Claudia es universalmente fea, acá o en la India. Pero convive libremente con su aspecto físico, lo sabe llevar. Lo de Mariano no es un acto de misericordia, disfruta cada diálogo, es como si la voz de la mujer fuera una bendición, el sonido bello del alma. Mariano se pregunta cómo una mujer tan fea tiene una voz tan perfecta. El rechazo inicial se transforma en una tibia aceptación. Cada uno es como es, piensa Mariano.

Néstor no entiende nada cuando Claudia y Mariano llegan juntos a la cena- despedida del año del laboratorio. “Es una joda a mi joda”, le comenta al tipo que se sienta al lado suyo. Lo que empezó como una brutal mofa de 28 de diciembre (clavar a su colega con una mina espantosa en una cita de desesperados), ahora es serio. “Es increíble lo fea que es la mujer de Mariano”, dice la secretaria de la oficina. “Ay, pobre Mariano, no se dio cuenta de que se quedó ciego”, comenta Néstor a la mesa entera, y todos se ríen del mal gusto de Mariano, de la circunstancia, de la cara de Claudia, de su perfecta fealdad. De la inocencia de Mariano.

Pero allí camina Mariano, con paso medido y Claudia de la mano. Insoportable combinación estética para el resto del mundo. “¡Y todavía felices!”, piensa algún desgraciado en la fiesta. Desgraciado porque no sabe que el amor es así. Ingobernable. Repentino. Total.



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miércoles, 13 de mayo de 2009

Tarde violenta

La cancha es una mezcla de pasto y barro negro, en partes iguales. El diez acaricia el esférico con la parte externa del botín derecho, exhibiendo una delicadeza fuera de lugar para los momentos que se viven. Y se adentra en campo enemigo con esperanza. Pierden uno a cero, y son los últimos tres minutos. Los rivales, ellos, los asquerosos de Cascote Fútbol Club, se salvan del descenso con este resultado. Y el cuadro de nuestro amigo, del hábil player que transporta la pelota como cenicienta, precisa del empate, como mínima opción para pelear un lugar de ascenso.

Así las cosas, frena sobre la circunferencia del mediocampo y elude al primer oponente, que se barre desesperado y pasa de largo, víctima de una pisadita deliciosa. El diez acomoda el útil, cuando le salen al cruce dos mediocampistas de esos con panza pero metedores, y con rostros de bull-dog lo aprietan abajo. Pero el amigo, previendo la situación, ya había largado la redonda hacia un costado, al pelado yeta del Riqui, que siempre mete unos pases de mierda. Aunque esta vez, asombrosamente, rebota la pelota a lo Verón, límpida, y se la devuelve al habilidoso en forma de gran pared. En el banco de suplentes, la jugada se toma como un auténtico milagro. Es decir, si el burro del Riqui hizo esa pared espectacular, redondita, todo puede acontecer.

Levanta la cabeza como un héroe y prosigue la marcha vertical hacia el arco contrario. De una sutileza extrema, el diez realiza cálculos inmediatos de los pozos, el barro y el agua. La lleva atada. Inspirado, elude al zaguero central, un flaco de unos 35 años, divorciado y con bigote, que no sé bien por qué, pero lleva el inmundo número 12 en la espalda. Ya con vista periférica del arco, se apresta a la estacada final, un violento zig-zag entrando al área, que lo deje mano a mano con el podrido golerito pelirrojo que se pasó gritando “¡Vamo nosótro!” con voz de pito y que, además, se atajó cualquier cosa que le tiraran durante todo el encuentro. De esta manera, inclina el cuerpo hacia la izquierda, pero como un rayo corrige el movimiento hacia la derecha (logrando un espléndido amague), y avanza por el costado del lateral derecho que había corrido desesperado para llegar al cierre. (En el fútbol, como en la vida, muchas veces sucede que el esfuerzo no alcanza. Tal fue el caso del lateral, que luego de picar media cancha para marcarlo, estiró una pata ya sin fuerza, y quedó estático, clavado en el piso como una momia sin cadera ante la magia del diez).

Por delante sólo quedan el lateral izquierdo y el colorado chillón. Ahora sí, esta obra de arte del fútbol, inconsciente pedazo de jugada nacido en medio de las más desgraciadas condiciones, precisa un final digno. Con prodigiosa visión de juego, el futuro salvador la toca por un lado y corre por el otro, a lo Thierry Henry. Los jugadores miran como un sueño la escena; los suplentes y el técnico están adentro de la cancha, de puños apretados. Dos metros antes de entrar al área, en milésimas de segundo, los ojos atónitos se fijan en un actor secundario. Algo cambia, un nudo se instala en la garganta de los compañeros. Desde enfrente, del lado de los suplentes del Cascote F.C., se escucha un claro: “¡Dale Rober, partilo! El dos de ellos, el gordo Robert, con la panza repleta de cerveza y asado, con el pelo “Pipo Gorosito” flotando por los aires como un cóndor, pide cancha. Nadie sabrá nunca de dónde sacó la velocidad para hacer lo que hizo. Es casi seguro que de la más profunda rabia y angustia existencial. El gordo detesta al que elude y hace sufrir, al que nada entiende de los menesteres que conciernen al luchador de la zaga defensiva.

El caso, la cuestión, es que chuzó al flaquito habilidoso, al “conductor”: lo calzó apenas debajo de la rodilla, donde empieza el hueso de la canilla, con la precisión de un cirujano. Fue como si una pared viniera de costado, imprevisible y agresiva, a desplumar cualquier intento de gol. Al diez se le juntaron las piernas como si no fueran suyas, y cayó, hacia delante y de costado, bajo la humanidad de Robert. El gordo se levantó con pesadez y se preparó para pelear.


martes, 12 de mayo de 2009

Caius


Caius llega, saluda, y paso seguido pregunta a un amigo -en secreto- si hay whisky en la fiesta. Acaba de empezar otra de sus noches eternas, y si uno quiere pasarla bien, no tiene más que permanecer a su lado. Yo, que acabo de esconder la última botella que quedaba dentro de un armario en la cocina, me río por dentro y espero el desarrollo de los acontecimientos. Caius desaparece y me distraigo con la música. Él es un ser flaco, con poco movimiento corporal, tan poco se mueve que parece flotar en los traslados. A muchas personas les podrá parecer poco interesante, creo que trasmite ese sentimiento, el de la simple presencia física. Al cabo de unos instantes, regresa de la cocina con el vaso de whisky más grande que he visto. Está repleto, y no tiene hielo.
A pesar de saber que algo así iba a suceder, es imposible no sorprenderse cuando las predicciones se cumplen a la perfección. Entonces me acerco y le digo: “Encontraste la botella”. Esto alcanza para que esboce una sonrisa y me conteste: “¿Fuiste vos el que la escondiste?”. Risas.
A continuación me explica que a una persona como él no le resulta nada difícil encontrar una botella. La encontrará si es que existe. Es una cuestión de olfato.
Caius tiene 27 años, algunos más que yo. Lo veo ocasionalmente, quizá una vez cada dos meses. Su rostro le aporta juventud: tiene cierto aspecto aniñado, pero uno sospecha que en el interior de su organismo reina el caos. Es que desde que lo conozco no ha parado de tomar. Yo siempre le digo a mis amigos, entre la broma y la verdad, que si alguien le saca el alcohol a Caius, él se muere antes. Estoy convencido de que el factor sicológico de su vicio lo arrastraría a una muerte prematura. Es increíble ver cómo una sustancia se apodera de una persona, en el caso de Caius la mezcla es perfecta: fue cuestión de tiempo para que él y el alcohol fueran un solo ser inseparable.
Estar con Caius requiere una dosis de paciencia y comprensión, y uno llega a divertirse mucho. Poseedor de un humor único, sus comentarios son ajustados como un dardo que da en el blanco. Suele hablar en frases cortas, en un idioma económico, y hay que estar atentos para captar la idea. Yo no puedo mantener un diálogo largo con él, no creo que alguien pueda. En las fiestas o en un bar, mientras mi vaso tenga bebida, imagino con Caius una conexión sin palabras, yo lo llamo “el lenguaje del alcohol”. Un lenguaje que Caius maneja a la perfección, porque su vaso está siempre lleno.

domingo, 3 de mayo de 2009

Mañana X

Creció la ola hasta alcanzar su máximo poder, antes de estrellarse furiosa contra el muro de piedras. Apenas salpicó a la mujer, sentada arriba, inmutable. Creo que estaba inmersa en complejos pensamientos acerca de algo que la preocupaba mucho. Pero no estoy seguro. Bastante cerca, como a tres metros, un hombre con dos baldes y un jogging Adidas falsificado, pesca en el mismo lugar hace horas. Sostiene firme la caña, pero no hay pique, entonces se distrae ocasionalmente con los autos que pasan por la rambla. Los autos no tienen pausa, cruzan como saetas, diferentes modelos, distintas épocas. De pronto, otra mujer frena de improviso el auto; el motociclista que venía atrás toca la bocinita y la riega de insultos y groserías gestuales. La mujer reprueba moviendo la cabeza (con el típico movimiento de no), mira por el espejo, mientras acelera y se pierde de vista. Creo que nadie más que yo vio la situación.

Por este lugar suele caminar mucha gente, en su mayoría veteranos que hacen deporte. Hoy brilla el sol con un viento suave del sur. No hay humedad, está fresco. También hay perros. Hay algunos dueños que los pasean aburridos, por compromiso. Los traen apurados, sólo para que no hagan cagadas en el apartamento. Otros dueños disfrutan el momento. Me llama la atención un antiguo boxer con expresión aburrida, que lleva puesto un chaleco escocés en el pecho. Miro la cara de la dueña y sí, se parecen, la conocida teoría del parecido perro-dueño se confirma para este caso particular. La dueña, de unos cincuenta años, lleva una bolsa de nylon en la mano que no sujeta la correa. Es como si estuviera dormida, pero camina y pasea al perro.

Me muevo a un pequeño parque costero, con pasto, y me siento en un banco. Al rato llegan dos señores que se sientan en frente. Conversan:
-Marcos, mi sobrino, está en el Caribe. Se casó hace dos años con Eugenia Cabrera.
-¿La hija del abogado?
-Sí, esa. Una buena mujer. La cuestión es que ahora se separaron, y Marcos fue a ordenar su vida al Caribe.
-Lindo lugar para ordenar la cabeza.
-Ni me digas, hace años que no puedo moverme de acá. Pero estoy cerca del retiro; como pasa el tiempo, la puta madre…
-Ah, es una cosa de locos, ni me digas, ché, ¿cómo viene el proyecto del edificio?

Hay gaviotas que vuelan cerca, algunas aterrizan y pelean con las palomas por los trozos de basura y comida que la gente deja. Pienso dos cosas, una: la gente es cerda y no cuida nada. Dos, ¿qué entienden del mundo las gaviotas y las palomas?
Es una lástima que la gaviota ya no pesque, sino que coma basura. Las palomas que veo no son las palomas de la paz, al contrario, son repugnantes, tienen una voracidad de hienas, y los ojos inanimados miran fijo a la gente, utilitarios, esperando que les tiren algo para picotear.

Como ya es casi de tarde, algunos niños que salieron de la escuela arman un picado de fútbol. Hacen la pisadita para elegir los cuadros y adivino quienes son los peores jugadores. Pero empiezan a jugar y son todos buenos. Me regocijo con su felicidad y alegría. Que gran momento el de un partido de fútbol, cuando tenés diez años y lo que más te gusta en el mundo, más que las mujeres, la plata, la fama, o las notas de la escuela, es el fútbol.