martes, 19 de febrero de 2008

El boxeador (Cash O`Donell)


Tomó la botella y le dio un sacudón más. Era un tipo rudo, nadie se metía con él. Y la bebida lo hacía un monstruo humano. Siempre le decía a los demás: “Para ser un buen boxeador hay que tener rabia, no la rabia que tiene un beisbolista, sino una rabia que te haga una bestia y puedas cargar contra el hijo de puta que te ponen adelante”.
Y el vecindario conocía su historia de rabia. Abandonado por sus padres –a la madre nunca la conoció- a la edad de ocho años había sido un chico de la calle. Lo poco que recordaba del padre eran imágenes de un hombre gigante, descendiente de irlandeses, que lo azotaba todos los días hasta que se le detuvo el corazón. Luego la etapa de la calle: seis años de locura y supervivencia hasta aquella noche que cambió su vida.
Cash salió del bar y le habló a una mujer negra. Un auto paró y Broncie llegó hasta él hecho una furia: Cash se había metido con su novia. Dicen los testigos –que tienden a multiplicarse mágicamente ante hechos históricos- que Broncie, el moreno más bravo del sur de la ciudad, recibió una paliza. Cuando Cash acusó el primer golpe en el rostro, reaccionó como un tigre, sus piernas eran resortes que lo catapultaron hacia el cuerpo perplejo de Broncie. Hasta ese momento, Cash no sabía la fuerza que tenía. Durante aquella pelea, Cash imaginó de principio a fin que Broncie era su padre. Esto nunca se lo dijo a nadie. Pero fue la clave: mientras Broncie peleaba por una de sus mil chicas, Cash se defendió con lo más asqueroso de su vida y encontró montañas de energía extra que lo hicieron invencible.
Voy a decir la verdad, Cash fue el producto de una sociedad enferma. Cada vez que lo veía moverse, me imaginaba frente a un ejemplo apocalíptico de nuestro mundo, un ser que sólo podía brindar actitudes bestiales, absorbido desde aquella pelea épica con Broncie por el boxeo profesional. A pesar de esto, creo que el ring lo salvó de terminar en la cárcel y de hacer mucho daño a la población civil. Pienso que el universo junta fuerzas para crear seres amorosos, que hacen el mayor bien dentro de sus posiblidades, luego existen seres intermedios –aquí me incluyo-, que se mueven por la tierra entre el bien y el mal como balanzas que suben y bajan todo el tiempo. Pero la categoría de Cash es la que más dudas me genera como miembro de la especie humana. Lo coloco sin dudas en el Everest de la maldad, en una posición que para mí será siempre un misterio. Sin embargo, y a partir de mi experiencia, estoy convencido de algo: somos parte de un proyecto que se desmorona rápido, y sólo cabe esperar un gran cambio, el cual haga innecesario la existencia de personas como Cash.

sábado, 16 de febrero de 2008

Nueva Orleans

Cuentan en el valle del Mississipi que son ellos quienes tienen el poder de la música. Un legado del África que se desplegó en América con la fuerza de una flecha bien lanzada. Y todos los que tocan hace tiempo allí saben que generan grandes melodías, milenarias; es en esos momentos de trance que ven sus dedos moverse solos, incluso el cuerpo fuera de control abre las puertas al enigma desconocido de vivir.

Con la llegada a las grandes ciudades, un "desembarco" por tierra -o por aire- de la música del profundo y no desarrollado sur, se genera una gran industria que la explota, y la lleva al reconocimiento mundial incluso. El dinero trae cambios en la conducta. Aunque no podés volverte auténtico por tener o no efectivo, y como lo auténtico se siente y no hay capacidad de engaño, la magia continuó.

Es por eso que al escucharlos y verlos uno siente algo primitivo: dolor y felicidad que mueven el corazón. En el Sur hay lugar para la angustia, hay mucho tiempo para sentirse blue, tiempo para el desengaño, la trampa, el amor y la sencillez que lleva a la alegría de estar vivos. Pero sobre todas las cosas hay momentos de la música que nos pueden hacer soñar en vida con la perfección. Y cuando esa canción termina yo quisiera seguirla hasta el infinito, suspendido en un paraíso que se cae con la vuelta a la realidad.