lunes, 3 de agosto de 2009

Ideas sueltas

El otro día, una persona que quiero mucho, me leyó partes de un libro, las cuales decían que los grandes personajes humanos viven por fuera de lo políticamente correcto. La sensibilidad abierta, y las incontrolables ganas de trasmitir y recrear una realidad brutal o hermosa, brutal y hermosa.
Me acuerdo de Charly García, de la locura de Beethoven, de Mandela, de Maradona, de Stalin o de Hitler. A pesar de la disparidad entre ellos, comparten la cualidad de desafiar la realidad, de chocar y enfrentarse, de caer en abismos terroríficos. Jesús atacó el orden establecido, con la revolución del amor. Pero,¿por qué nos acordamos de ellos? -para bien o mal, no importa-.
Todos estos íconos humanos han hecho cosas extraordinarias. Son las personas que actúan con profundidad. Por ellos se modifican millones de vidas en diferentes tiempos y espacios.
Siempre se buscan referencias en aquellos que se rebelan contra la realidad que los rodea. Obviamente, esto trae consigo la idea, impermeable, de que el humano no ha logrado un sistema amable de vida.
Yo pienso por lo que veo -puedo sonar pesimista-, que hicimos mierda, en el sentido literal de la palabra, al planeta. Me siento parte de una especie tonta. Pensamos pero pensamos mal. Somos más malos que buenos. Veo a un simio caminar y mover los brazos como el Chengue cuando hace un gol, y sé que ese mono es menos dañino que yo para la Tierra.
Ante tanta cantidad de personas, cada una con sus necesidades, deseos, miserias y luchas, es lógico que surja el más profundo egoísmo.
Todo el mundo quiere ser feliz, ¿pero cómo? Buscamos por lados equivocados, somos demasiados, para qué hacer armas, bombas, aviones de guerra. Somos insólitos.
Vivimos todos juntos en el mismo planeta, pero nuestros universos privados nos alejan y nos hacen ajenos a los demás. No hay tiempo para procesar las cosas. El tiempo de la contemplación terminó. Yo solo puedo ver velocidad, locura, olvidos colectivos que son mentiras colectivas.
En este contexto, una buena charla, distendida, verdadera, y por qué no cruel, vale oro. Y siempre agradezco la chance de poder pensar este tipo de cosas, de tener el tiempo de hacerlo, de no pasar hambre ni frío.
Aristóteles dijo que el hombre antes de ser feliz y pensar necesita alimentarse.

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