sábado, 29 de agosto de 2009

<>

Miró en el espejo. De pronto se encontró buscándose, tratando de unir lo que pensaba de sí mismo con la asombrosa imagen que proyectaba el cristal. No le fue bien. En este ejercicio inesperado, se sintió ajeno y despojado. Veía su nariz respirar, la comisura de los labios contornearse de forma ondulante, el cuerpo entero obediente del siniestro cerebro. Vio sus gestos, y se dio cuenta que no eran como él pensaba, que había miles de posibilidades de interpretarse y ser interpretado. Los otros lo codificaban a su antojo. Llegó el punto en el que nuestro amigo parpadeó inseguro.
Aquellos ojos abismales, que miraban y eran mirados; la delicadeza de las imágenes que hacen al mundo. El detalle en el detalle. Sentido y absurdo, todo al unísono. Una arruga, evidencia del tiempo que lame la piel como una termita invisible-voraz.
De manera sorpresiva comenzó a bailar. Los movimientos corporales carecían de sentido: no había música. ¿Así era como él bailaba? Uff...
Acercó el rostro hasta juntarlo con su doble del cristal. La superficie empañada ocultó por un instante nariz y boca. Cuando la niebla se disipó, acarició la piel de las mejillas y se sintió a sí mismo de forma primitiva.
Era evidente, sencilla, clara, transparente y cruel, la absoluta certeza de no saber quién demonios era aquella persona del espejo y de la realidad.
Por último, acomodó el nudo de la corbata (como su padre le enseñó), dio media vuelta y se fue a trabajar a la oficina céntrica.

No hay comentarios: