miércoles, 13 de mayo de 2009

Tarde violenta

La cancha es una mezcla de pasto y barro negro, en partes iguales. El diez acaricia el esférico con la parte externa del botín derecho, exhibiendo una delicadeza fuera de lugar para los momentos que se viven. Y se adentra en campo enemigo con esperanza. Pierden uno a cero, y son los últimos tres minutos. Los rivales, ellos, los asquerosos de Cascote Fútbol Club, se salvan del descenso con este resultado. Y el cuadro de nuestro amigo, del hábil player que transporta la pelota como cenicienta, precisa del empate, como mínima opción para pelear un lugar de ascenso.

Así las cosas, frena sobre la circunferencia del mediocampo y elude al primer oponente, que se barre desesperado y pasa de largo, víctima de una pisadita deliciosa. El diez acomoda el útil, cuando le salen al cruce dos mediocampistas de esos con panza pero metedores, y con rostros de bull-dog lo aprietan abajo. Pero el amigo, previendo la situación, ya había largado la redonda hacia un costado, al pelado yeta del Riqui, que siempre mete unos pases de mierda. Aunque esta vez, asombrosamente, rebota la pelota a lo Verón, límpida, y se la devuelve al habilidoso en forma de gran pared. En el banco de suplentes, la jugada se toma como un auténtico milagro. Es decir, si el burro del Riqui hizo esa pared espectacular, redondita, todo puede acontecer.

Levanta la cabeza como un héroe y prosigue la marcha vertical hacia el arco contrario. De una sutileza extrema, el diez realiza cálculos inmediatos de los pozos, el barro y el agua. La lleva atada. Inspirado, elude al zaguero central, un flaco de unos 35 años, divorciado y con bigote, que no sé bien por qué, pero lleva el inmundo número 12 en la espalda. Ya con vista periférica del arco, se apresta a la estacada final, un violento zig-zag entrando al área, que lo deje mano a mano con el podrido golerito pelirrojo que se pasó gritando “¡Vamo nosótro!” con voz de pito y que, además, se atajó cualquier cosa que le tiraran durante todo el encuentro. De esta manera, inclina el cuerpo hacia la izquierda, pero como un rayo corrige el movimiento hacia la derecha (logrando un espléndido amague), y avanza por el costado del lateral derecho que había corrido desesperado para llegar al cierre. (En el fútbol, como en la vida, muchas veces sucede que el esfuerzo no alcanza. Tal fue el caso del lateral, que luego de picar media cancha para marcarlo, estiró una pata ya sin fuerza, y quedó estático, clavado en el piso como una momia sin cadera ante la magia del diez).

Por delante sólo quedan el lateral izquierdo y el colorado chillón. Ahora sí, esta obra de arte del fútbol, inconsciente pedazo de jugada nacido en medio de las más desgraciadas condiciones, precisa un final digno. Con prodigiosa visión de juego, el futuro salvador la toca por un lado y corre por el otro, a lo Thierry Henry. Los jugadores miran como un sueño la escena; los suplentes y el técnico están adentro de la cancha, de puños apretados. Dos metros antes de entrar al área, en milésimas de segundo, los ojos atónitos se fijan en un actor secundario. Algo cambia, un nudo se instala en la garganta de los compañeros. Desde enfrente, del lado de los suplentes del Cascote F.C., se escucha un claro: “¡Dale Rober, partilo! El dos de ellos, el gordo Robert, con la panza repleta de cerveza y asado, con el pelo “Pipo Gorosito” flotando por los aires como un cóndor, pide cancha. Nadie sabrá nunca de dónde sacó la velocidad para hacer lo que hizo. Es casi seguro que de la más profunda rabia y angustia existencial. El gordo detesta al que elude y hace sufrir, al que nada entiende de los menesteres que conciernen al luchador de la zaga defensiva.

El caso, la cuestión, es que chuzó al flaquito habilidoso, al “conductor”: lo calzó apenas debajo de la rodilla, donde empieza el hueso de la canilla, con la precisión de un cirujano. Fue como si una pared viniera de costado, imprevisible y agresiva, a desplumar cualquier intento de gol. Al diez se le juntaron las piernas como si no fueran suyas, y cayó, hacia delante y de costado, bajo la humanidad de Robert. El gordo se levantó con pesadez y se preparó para pelear.


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