viernes, 22 de mayo de 2009

Dia de los Inocentes

Hace tiempo que no conoce el amor.
Néstor, un compañero de trabajo con el cual mantiene una buena relación, le presenta una candidata. Más que nada le ofrece un papel con un número, y la promesa de que la mujer ya está en conocimiento de la situación. La situación es que existe un tipo llamado Mariano Fillipo, divorciado sin hijos, que capaz la llama para invitarla a cenar.

Una cita a ciegas es una aventura imprevisible. Llamar a esta mujer no es cosa fácil para Mariano. Porque Mariano ha construido una cáscara de soledad. Se ha regocijado dentro, con la fuerza abismal del subconsciente. Ya no puede saber cómo fueron las cosas, por qué estuvo tanto tiempo sin conocer a nadie. Existe, sí, un vago recuerdo, un presentimiento eterno de desgracia, relacionado íntimamente con el pasado tortuoso. Hay cosas que tenés que dejar atrás, y empezar a vivir de nuevo, le aconsejó la sicóloga en una sesión hace años. Una frase hermosa, sencilla, limpia. Un consejo quirúrgico, que flota por los aires sin que Mariano lo pueda recoger y aplicarlo. Vivir de nuevo…suena tan lindo, tan película de Disney, piensa Mariano.

Mariano es de esas personas que no se abren a los demás. Es como una ostra. La razón por la que habla sólo lo necesario, trabaja lo justo sin decepcionar a nadie en la oficina, y mira el movimiento del mundo por televisión. Ha ocultado su locura a un conjunto social que la rechazaría, porque según ve, nadie quiere ser atormentado con problemas ajenos. Casi nada lo asombra. Reconoce que algo anda mal, pero sigue andando (mal), ya que no tiene voluntad de cambiarse a sí mismo.

Pero alguien pensó en él y ahora tiene un papel con un número de teléfono. Ella se llama Claudia. Levanta el tubo y disca, con una determinación no suya. Suena dos, tres veces, y su corazón palpita rabioso.
-Hola, ¿Claudia?
-Si, ¿quién es?
-Soy Mariano, el compañero de Néstor en Jetlab…
-Ah, si, ¿cómo te va?
-Bien, por suerte. ¿Vos?
-Muy bien, acabo de llegar a casa del trabajo. Bastante cansada.
-Está bien, yo también tuve un día difícil en el laboratorio…pero bueno,... Claudia, sé que esto es medio raro, y no estoy acostumbrado, pero me gustaría invitarte a cenar algún día de la semana.
-…
-Claudia, ¿estás ahí?
-Sí, sí, me agarraste desprevenida, ja ja, me parece bien Mariano. Yo estoy libre el jueves y el viernes...
Mariano cuelga el teléfono azul Panasonic, un artefacto que lo acompaña hace casi una década. Lo mira como si fuera una persona, sonríe, y va a la cocina a comer algo. Más tarde se duerme tranquilo, la bondad de la llamada trae esperanza. Claudia tiene una voz armónica y firme.

Sube al Chevrolet. Está vestido prolijo: camisa blanca, pantalón de pana negro y zapatos marrones; sin barba. Maneja hasta el restaurante donde Claudia lo espera. Como no sabe cómo es, se acerca al mostrador y le pregunta al jefe de mozos por Claudia Marsia. El hombre le indica con un golpe de ojos el lugar. Al fondo a la derecha. La única mesa ocupada. Tiene dos velas encendidas. Ocupada por Claudia Marsia, una de las mujeres más feas que Mariano ha visto jamás. Rápidamente, Mariano se sienta frente a ella, y acepta su destino, como un kamikaze del amor. No piensa en nada, se presenta y empieza la velada.

Claudia es universalmente fea, acá o en la India. Pero convive libremente con su aspecto físico, lo sabe llevar. Lo de Mariano no es un acto de misericordia, disfruta cada diálogo, es como si la voz de la mujer fuera una bendición, el sonido bello del alma. Mariano se pregunta cómo una mujer tan fea tiene una voz tan perfecta. El rechazo inicial se transforma en una tibia aceptación. Cada uno es como es, piensa Mariano.

Néstor no entiende nada cuando Claudia y Mariano llegan juntos a la cena- despedida del año del laboratorio. “Es una joda a mi joda”, le comenta al tipo que se sienta al lado suyo. Lo que empezó como una brutal mofa de 28 de diciembre (clavar a su colega con una mina espantosa en una cita de desesperados), ahora es serio. “Es increíble lo fea que es la mujer de Mariano”, dice la secretaria de la oficina. “Ay, pobre Mariano, no se dio cuenta de que se quedó ciego”, comenta Néstor a la mesa entera, y todos se ríen del mal gusto de Mariano, de la circunstancia, de la cara de Claudia, de su perfecta fealdad. De la inocencia de Mariano.

Pero allí camina Mariano, con paso medido y Claudia de la mano. Insoportable combinación estética para el resto del mundo. “¡Y todavía felices!”, piensa algún desgraciado en la fiesta. Desgraciado porque no sabe que el amor es así. Ingobernable. Repentino. Total.



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1 comentario:

Lilac Madeleine dijo...

Qué lindo mensaje javi!