sábado, 5 de septiembre de 2009

Gato Negro (parte II)

Con el paso del tiempo tuvo varios nombres más, pero nunca hizo caso cuando lo llamaban. Para que un gato responda a un apodo, su nivel de domesticación debe ser alto, y mi gato siempre ostentó la más amplia libertad en sus traslados. En su juventud, adquirió un tamaño normal y cierta elegancia. Era ágil y egoísta. Solía afilar las garras constantemente contra maderas o ladrillos. Es que poco después comenzaron los duelos con otros gatos de la zona. Regresaba con las orejas rotas o algún tajo. Pero se recuperaba rápido.



El comportamiento del animal se volvió utilitario a medida que maduraba. Reacio a las caricias extensas, sólo prestaba atención en los momentos que recibía comida. También se perdía entre las casas por semanas enteras, y luego volvía con hambre y lastimado a recuperarse. Dormía grandes siestas enrollado sobre sí mismo. Sospecho que había otras casas donde le daban comida. La libertad del gato era total. Le gustaba que mi hermano lo sujetara fuerte y lanzara varios metros en saltos artificiales. Siempre caía de forma neumática sobre el pasto y volvía para que lo lanzaran de nuevo (a la quinta vez, ya aburrido, se alejaba apático del lugar).

Las cosas cambiaron cuando llegó Dago, un perro labrador negro.



En general mantuvieron una relación distante, de ignorancia, alternando peleas y momentos de paz. A veces reposaban al sol bastante cerca el uno del otro. Cuando se peleaban, el perro siempre perdía. El gato no tenía miedo, se plantaba firme y lo atacaba con furibundos zarpazos al hocico. Después corría y se alejaba por los techos. Sin embargo, hubo una ocasión en la que el perro casi lo mata. El gato tenía una casa nueva para dormir, con techo desmontable. No le gustaba, pero conseguimos seducirlo para que durmiera ahí, dándole la comida adentro. Hasta que una vez se peleó con Dago, y no podía salir. Tiraba garrazos por la pequeña puerta de la casita, mientras el perro ladraba contento. Cuando la desesperación lo empujó a salir, Dago lo estaba esperando, y le dio un par de mordidas que dañaron su orgullo. Nunca más utilizó la casita.


.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

sapo

Alexis dijo...

Y, sí... alguna vez tenía que cobrar el gato, no podía ganarlas todas.
Yo defiendo al perro, algo le habrá hecho para que reaccione así.