
Fede era un vecino mío que tenía una siamesa en perfectas condiciones. De pedigrí, como se dice normalmente. La gata vivía adentro de la casa, hacía caso cuando la llamaban por su nombre (igual que un perro) y usaba un collar con cascabeles en el cuello, que delataba todos sus movimientos. Sólo salía para hacer las necesidades. Un par de veces, Fede vino con mensajes del padre, que decía “a ver si podíamos controlar al gato negro, porque andaba merodeando cuando la siamesa estaba en celo”. Pero era imposible controlarlo, vivía por ahí. La cuestión fue que, meses más tarde, Fede trajo la noticia de que su gata estaba embarazada y no sabían cómo ni de quién. Un tiempo después nacieron ocho gatitos, seis de ellos totalmente negros.

En sus últimos años, a Tom se lo conocía por el nombre de Mino, o Rey Mino. Como dije antes, tuvo varios nombres que nunca respetó. El trajín de vida violento se mantuvo, aunque los tiempos de recuperación tras las peleas se hicieron más y más largos. Además, los gatos jóvenes le provocaban mayores daños. Fue al veterinario varias veces. Las penurias físicas eran insalvables y cuando cumplió once años decidieron castrarlo. Su maldad se acentuó luego de la operación. Al poco tiempo se fue como hacía siempre pero, esta vez, no regresó a casa ni se lo volvió a ver sobre la faz de la tierra.
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2 comentarios:
sapo
Uh, justo salieron seis negros, no tenían manera de decir que el gato no tenía nada que ver, jejeje.
El final pudo ser peor, al menos vivió bien.
Linda historia.
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