Lo primero que veo cuando llego a la rambla es el mar: una mezcla inseparable de océano y río. Como dijo una gran persona: “Puedo ver en el mar marrón de Montevideo, la sal que viene desde el este en un barco de paz, que navega por siempre”. Hay días en los que el marrón se ve sustituido por un verde digno del Atlántico, un color que hace soñar.
Las olas traen mensajes de otros continentes y mares, pero nadie parece escucharlas. A escasos metros, los autos vuelcan su incansable ruido. En esta rambla no se puede escuchar el agua, a menos que te acerques demasiado o te bañes; las olas acá hablan en secreto. Por su parte, el cielo quiere ver en qué estado se encuentra, y el mar se ofrece de eterno espejo.
La arena parece quejarse sin éxito bajo la basura que en ella descansa, y, sin embargo, mantiene algo de su pureza. Algunas gaviotas, escapadas de su isla, se posan en la orilla y miran al horizonte. Sospecho que más tarde irán al basurero para alimentarse. La ciudad ha cambiado la costumbre de las gaviotas: prefieren la comida rápida.
Supongamos que estamos de cara al mar, a nuestra izquierda tenemos una bajada larga, que conecta el cemento con el agua. Se ha construido para barcos pero está fuera de servicio. A nuestra derecha, sobre el otro límite, existe un parador antiguo. Está muerto en invierno y en verano apenas se escapa de la tumba. La acera de la rambla es una interminable sucesión de rayas horizontales, blancas y violetas que pueden volvernos locos si las observamos por más de un minuto. Ciclistas y corredores la usan mucho. Los autos forman parte del paisaje, nos recuerdan dónde estamos, en caso de que nuestra mente se vaya lejos ante la inmensidad del mar.
Una ciudad que crece y que llega a un límite, tan lejano que los ojos se pierden en el horizonte. Y pensar que existió un tiempo en que los bancos eran colocados de espaldas al mar, cuando en realidad la rambla es un lugar para asombrarse, para tomar consciencia de lo pequeños que somos. La naturaleza sigue viva en medio de nuestro camping de cemento.
Algo más de cien metros, en pleno Malvín. El pedazo de rambla que se ha grabado en mí: entre las calles Estrázulas y Michigan.
5 comentarios:
Camping de cemento...interesante.
Abrazo
ess la concrete junglee polanskiii, que se le va hacer.
raoul is backkk
ahi vaaa raoul, vos mas o menos conoces la rambla de la que hablo. abrazoo
No es la práctica que teníamos que describir la rambla?
Me gustó eso de que las gaviotas se habituaron a la comida rápida. Me encanta mirar al mar, es más a veces hago un camino más largo para llegar a casa sólo para pasar por el mar.
Salú!
Si vicky, es esa con algunos retoques. Es el lugar que más me gusta de todala ciudad, por eso quise dejar mi visión. Gracias por leer, javi.
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