martes, 4 de septiembre de 2007

El hombre que sonreía



Un buen día nació un hombre que siempre estaba bien. Un hombre que no tenía malhumor y al que nunca le faltaba la risa. Toda su existencia -dulce vida por cierto- la pasó en la casa rural que estaba en lo alto de la colina. Los vecinos, sin excepción, le tenían envidia. Simplemente porque no soportaban verle feliz todos los días.

En silencio, cada uno de los pobladores, durante años, fue generando un profundo rechazo hacia él. Cada uno de ellos sufría regularmente la escasez de agua, la muerte del ganado, la pérdida de cosechas, y el único que mantenía el estado anímico era aquel hombre anormal. Los habitantes, al despertar en un día de desgracia buscaban inconscientemente el rostro del hombre de la colina, incluso tocaban a su puerta, pero nunca lo vieron con gesto sombrío; siempre la carcajada fantástica, aquel sonido insólito que hacía la vida de todos aún más miserable.

Cuando, en 1951, llegaron las grandes inundaciones, la situación llegó a límites insospechados. El río arrastró todo el ganado y disolvió las plantaciones anuales. El pueblo fue abandonado por un mes, mientras bajaban las aguas. Al regresar, incrédulos, pudieron observar como el hombre reconstruía su casa en la colina. Siempre riendo, las risas infernales se podían oir desde la ruta. A días de finalizar la casa, un grupo de vecinos aprovechó una ida del hombre al mercado y, desesperados, demolieron a palasos el rancho de madera. Avisaron a los demás y se escondieron con largavistas para disfrutar del sufrimiento del ser insensible. Todas sus esperanzas fueron en vano.

A la mañana siguiente, luego de dormir en una carpa por la noche, el hombre que sonreía bajó al pueblo y compró nuevas maderas para la casa. El vendedor, furioso, le cobró el doble por la compra. Al pagar, el hombre dijo: "Qué gracioso, cómo trepan los precios". Y se retiró a carcajadas del local, repartiendo el buen humor a toda la vecindad. En lo que duró su vuelta a la colina, el pueblo entero había tomado una decisión: estaban frente a un demonio, una persona que no merecía vivir en este mundo.

Por la noche, un grupo de hombres con capucha y vestidos de negro, rociaron con gasolina la carpa del hombre feliz y la prendieron fuego. Hombres, mujeres y niños del pueblo miraron desde lejos la hoguera y la muerte. Sin falta, aprovecharon la ocasión para sonreír, mientras volvían a sus casas para dormir en paz, por primera vez en mucho tiempo.





2 comentarios:

Lebowski dijo...

Lo que me parece genial es que tenes muchas historias que contar. Y tener ganas de contar historias es lo fundamental en un cuentista.

Me gustan las historias que contas.

Minerva dijo...

Me gusta porque es la antípoda de la oveja negra, y termina de manera imprevisible (odio los cuentos de hadas). Felicitaciones, estimado. Eres buen escritor