miércoles, 11 de junio de 2008

Paraíso perdido

Un pabellón oscuro y la luz se filtra por una rendija, como una cascada macabra. Algunos roedores se muerden entre ellos por pequeños restos de comida y, un poco más lejos, personas duermen ajenas a la pesadilla de la vida. Hay que taparse los ojos para no ver lo poco que queda de la belleza. Un paraíso perdido, el resultado de la locura que arrebató la Tierra, cuando no había más alternativa que empezar todo de nuevo. Afuera del refugio en que se ha convertido el viejo hospital, las calles están semi vacías, y la gente pulula como fantasmas, ataviados en ropas desvencijadas que han perdido todo rastro de color. A veces se pueden ver inscripciones borrosas de las universidades y las ciudades de antaño, y uno siente nostalgia, impotencia y culpa. En sueños desesperados revive el deseo de recuperar las cosas comunes que teníamos antes. Pero no hay tiempo para distraerse, nosotros debemos sobrevivir.

Más a lo lejos, mientras camino sigilosamente, escucho gritos y ruidos de violencia: un hombre está siendo asesinado por una pandilla. Observo la escena como tantas otras veces. Lo golpean rabiosamente, y le roban lo poco que tiene: unas botas detrozadas y algún pedazo de pan. Han proliferado algunas pandillas que se mueven como culebras en las calles. Si uno no está atento puede morir antes de tiempo. Trepo una escalera con miedo a que se desprenda de la pared y llego a un balcón de un edificio abandonado. Mi intención es permanecer allí hasta que los asesinos se alejen. Hace días que no como algo sólido y estoy débil, por eso no es sorpresa cuando mi cuerpo pega contra el piso -puedo imaginarme visto desde afuera, como en un plano de una película tragicómica- y pierdo el concocimiento.

Despierto con un nudo en el cerebro y tardo muy poco en darme cuenta de que algún hijo de puta me ató mientras dormía. Intento mover las manos y los pies pero es imposible. No quiero emitir sonido para no llamar la atención. Repto por el piso -yo también soy una culebra en esta ciudad- para buscar el filo de un vidrio roto. Apenas logro elevarme del suelo y comienzo a friccionar la cuerda para soltar las manos. Gasto la poca energía que tengo pero lo logro. Después, las cuerdas de los pies. Estoy libre y con mucha rabia. Tomo un palo de madera y me escondo en las sombras para esperar, de todas formas me han robado la comida y el anillo familiar. Espero horas y no llega nadie, entonces resuelvo irme a la calle con la poca vida que me queda. En ese momento escucho pasos y vuelvo a ubicarme detrás de la puerta. Alguien entra y me abalanzo sobre él, asestando un golpe fortísimo en su estómago. Se dobla en dos y cae de rodillas al suelo. Le doy un golpe más para asegurarme que no se levante, y lo reviso. Encuentro mi anillo; la comida no está. Quizá sea yo también un asesino más, no lo sé, supongo que sí.

De vuelta en la calle voy al callejón de siempre. Los dos últimos años he vivido y buscado refugio allí. Tengo cuarenta años y ningún plan a largo plazo. Muchas veces me pregunté si era conveniente seguir luchando en estas condiciones, si no sería mejor dejarme ir como una piedra rodante, de una vez por todas, hacia el abismo sordo de la muerte. Y aqui estoy, aún vivo, aunque preferiría estar muerto, por más que suene dramático. Es la realidad que pesa sobre mis hombros con todo el terror imaginable y, sin embargo, la naturaleza pervive en mi ser...es el instinto impulsivo de vida.

Despierto atormentado, entre gritos y corridas. La paz es una palabra irónica. Mientras dormía, algún miserable se robó las botas que llevaba puestas. No me di cuenta. Maldigo al aire, en gritos blancos y vacíos, porque nadie me va a escuchar. En la calle, dos pandillas luchan por el control de la manzana. La ambición sigue un curso infalible, conquistando corazones hasta dejarlos sin latidos. Robots. Me arrastro entre la multitud, que se debate en una lucha encarnizada sobre la acera, me paro con inmensa dificultad sobre mis piernas y, con un último suspiro, pido a gritos que alguien me mate. Lo último que oigo son pasos ruidosos a mi espalda y agradezco la absurda situación de que alguien haga caso a mi pedido final.

2 comentarios:

Unknown dijo...

... y cuando me di cuenta, el texto de Mapache Polanski Polanga Pollo Javi me había atrapado...
Gracias y hasta el proximo!

Anónimo dijo...

jaja me gusta que te guste.
beso
pd: quien sos??
Javi