martes, 1 de abril de 2008

En el mundo de los feos

La modelo se levantó y fue, instintivamente, a mirar su figura frente al espejo. Ella estaba cerca de los 30 años, hermosa, siempre en orden con los cánones de belleza, adaptándose y viviendo de la naturaleza de su envoltorio. Cuando estaba lista, salió a la calle. Un vago presentimiento de rareza la conquistó mientras bajaba por la cuadra y se acercaba a pedir un taxi. No esperó nada y ya estaba en camino a la sesión de fotos. Al cruzar los barrios, se asustó dos o tres veces -con un pequeño frío en la espalda-, porque vio gente despreocupadamente fea, paseando sin remordimiento sus rostros desalineados en la ciudad. Se olvidó con ganas de ellos y entró al edificio de la agencia para hacer su trabajo.

La agencia se llamaba Westside Models. Era su segundo hogar, donde ella creció, se formó y se hizo conocer al mundo. Conocía toda la rutina y se sobresaltó esa mañana con la nueva decoración: una interminable serie de retratos de personas insondablemente feas promocionaban los productos de la sociedad de consumo. Ella se tranquilizó, pensando que era parte de alguna novedosa campaña de beneficiencia. Pero algo había en la disposición de las imágenes que les daba un tono de seriedad inoportuno, como la noticia de una pesadilla ya en proceso, la muestra de una realidad total y naturalmente terrorífica. De todos los escenarios posibles, aquel era ensordecedor, era lo mismo que un pintor despertara sin su mano derecha, o que un músico se soñara sordo en vida.

El contacto con la señora Morris fue el segundo acto, la confirmación de la locura que le robaría el corazón. Cuando golpeó la puerta, la señora Morris respondió con la jovialidad de siempre: "Adelante, princesa". Ella entró en la oficina y casi vomita: allí estaba Martha Morris, con el rostro desencajado, en analogía a una pintura cubista, permaneciendo en él una sombra difusa que la conectaba aún con la imagen que la modelo tenía de ella. Había desaparecido, sin duda alguna, toda belleza inglesa que le diera un rasgo distintivo a la señora en el mundo del modelaje, y lo peor: Martha Morris hablaba con naturalidad, como si no supiera que estaba desfigurada. Miró a la modelo y le dijo: "Princesa, ya no necesitamos a chicas como vos, lo lamento, pero no hay vacante". Morris se paró de la silla y se adelantó para consolarla, pero la modelo huyó despavorida, envuelta en un sudor helado y con lágrimas en los ojos, que destruían y mezclaban el maquillaje por su rostro espectacular.

En el baño, ella se impuso la calma; era una mujer fuerte y racional. Esto era la realidad. En una pesadilla, la conciencia siempre deja una luz abierta para despertar y confirmar que todo fue un sueño. Pero aquí, bajo estas circunstancias, ella estaba alerta y recordaba toda su vida, podía pensar en su familia y en lo que quisiera, podía dominarse, y este auto-dominio la dejaba casi inválida, puesto que era irrefutable que estaba en el mundo de los despiertos, con unos ojos desesperados que la reflejaban en el espejo.

Salió a la calle sin pasar por la oficina de la querida Morris, y cuando chocó con la masa de gente no supo más qué hacer. El mundo de los feos la abrazó con total desparpajo: cuerpos sin proporción, narices enormes, mujeres con pelo en el rostro, las caras de la población iban confiadas, seguras en su mar de horripilancia, enchastradas por el pincel invisible de la creación. La modelo observó todo y no hubo espacio en el alma para asimilar el desarrollo de los hechos. Pasó inadvertida unos minutos, hasta que unos niños vestidos de escolares, presumiendo de una fealdad renovadora -en este mundo cada persona es diferente- se burlaron de ella, cantando a coro: "La tonta modelo, que nunca tendrá novio de nuevo".
Cayó pesadamente sobre sus rodillas, al tiempo que oía en coros las risas y, en un último arrebato de conciencia, agradeció al cuerpo por la sabia decisión del desmayo.

Despertó por fin en un cuarto pintado de blanco, inmaculado, sin fisuras. Miró a la izquierda y bajo un tenue sol que entraba por una pequeña ventana, reconoció a Catherine, una amiga modelo, que lloraba sin remedio, y hacían los sollozos estremecer la perfección del cuerpo. Se encaminó a la puerta, que estaba trancada. Buscó a través del vidrio algo que le dijera dónde estaban y vio en el largo corredor las palabras Casa Mental del Estado. Corrió la modelo hacia Catherine, se abrazaron, y así permanecían aún, cuando una enfermera de fealdad insólita irrumpió en la pieza para traer los medicamentos de las dos nuevas pacientes.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo mejor de Polanski sin duas!

Yacare

Anónimo dijo...

Un abrazo Yaca, me alegro que hayas leído esta historia.
Polanski

Lebowski dijo...

Puedo ver a Auster detrás de tus letras, javi.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Uy eso es un halago para mí, no tanto para Josean por lo que escuché...
un abrazo compaa

Bloody dijo...

Yo no noto nada similar a Auster, pero supongo que tendrás tus argumentos, Preso. Creo que es momento para decir que Polanski tiene su propio estilo.

No hay nada como una gran nariz...

Anónimo dijo...

fua, terrible cuento... posta no soy quien para felicitarte pero te felicito igual... seguí loco, está demás leerte

Anónimo dijo...

Como no vas a ser quién para felicitarme, gracias por la buena onda. Está bueno por más que esté la opción anónima que se firme, asi nos vamos conociendo.
Saludos, Javi

Unknown dijo...

ADOREI!!! O texto prendeu minha atençao do princípio ao fim!
Um poeta brasileiro chamado
Vinícius de Moraes, fez uma poesia que se chama Receita de Mulher... E começa assim: "As muito feias que me perdoem. Mas beleza é fundamental." O que acha?

Anónimo dijo...

parabens lure!!!
como llegaste a leer esta historia?
Vinicius tiene razón...pero en esta historia se da al revés, los feos, que además son malos, dominan el mundo.
beijo, desde urugai, Javi

DR. GONZO vuelve a lascanchas dijo...

ES BUENISIMO, LA VERDA DE FIESTA.
SALUDOS.