sábado, 22 de diciembre de 2007

Billeteras

En el desierto todo es muy duro. La tierra se retuerce en grietas y nos regala los espejismos más absurdos. Uno siempre cree que está viendo agua que nunca se alcanza, siempre más adelante, un paso más que nos arrastra a la muerte. Zoel descubrió esto antes de pasar a mejor vida, pero no tuvo tiempo de contárselo a nadie, tan sólo un grito a los cuatro vientos, que soplan sin sentido en el cuarto sin paredes que es el desierto.

Él se había portado mal. No era la clase de persona normal, por llamarlo de alguna manera. Nunca pudo desarrollar una personalidad. Hasta cierta edad fue inconsciente de esto, pero más tarde, al reconocerse como un nadie, lo poco de vida propia que tenía casi se derrumba en su interior. Como un dominó interminable que cae -y nadie puede frenar-, Zoel vivió en penumbras, convirtiéndose en un camaleón. Adaptándose a un mundo propio al que únicamente él encontraba valor. Y todo el resto de las personas lo tomaron por loco. Fue así como se convirtió en un demente, y al hablar de Zoel en el vecindario, todos sabían que su nombre era sinónimo de locura.
La ciudad se parece al desierto, pensaba Zoel. Uno grita algo y nadie contesta, llega la respuesta del eco, como una trampa, la burla más triste que puede existir. Como lo veían anormal, la gente no se acercaba a él. Muy mal aspecto mostraba al caminar por las calles. Yo, cuando lo veía pasar me decía: "Así nunca va a conseguir una mujer, pobre tipo, eso no es vivir". El punto es que Zoel encontró a todos sus problemas una solución. Las billeteras.
La locura a veces destapa un aspecto brillante de una persona, como una gran máquina que está estropeada pero tiene un circuito que funciona a la perfección. Eso fue lo que mantuvo vivo a Zoel: una vez que empezó a cambiar de colores se aferró a esa idea con todas sus fuerzas. Las billeteras fueron la salvación.
Básicamente, Zoel se dedicaba a robar billeteras. Extraía el dinero y algo más, se llevaba a la persona que robaba, se transformaba en esa persona. La billetera le daba un poder, era status, era saberse alguien y Zoel nunca era Zoel, siempre alguien más, una persona que cambiaba con las billeteras. Hay algo interesante en todo esto. Zoel terminó por convertirse en Zoel, yo encontré una forma de ser en él. Cualquiera puede verlo como un pobre diablo, un infeliz, no voy a juzgarlo ahora, no tendría sentido.
Zoel, siempre último en la lista de la escuela, puede haber sido un caso único de una mente perturbada, digna de ser estudiada en un gran manicomio. Pero guardó la imaginación para él mismo y sus fantasías eran ecos que no escapaban de su propia cabeza.
La relación que tiene el desierto con Zoel, es que la última billetera que robó era de un egipcio. Allí encontró mucha información que lo llevó a su propio final. Las ilusiones le jugaron una mala pasada. En la cascada de sus últimos pensamientos, se proyectó perdido en el desierto, solo, como siempre había estado y durante días quiso sobrevivir. No tuvo suerte, y la policía lo encontró en un cuarto tirado, delgado hasta los huesos. Un agente dijo: "Con toda la comida que hay y terminar así de flaco".
Lo que el policía nunca supo es que Zoel había estado en el desierto y no pudo escapar de tan terrible lugar.

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