jueves, 8 de mayo de 2008

El pescador

El sol se elevó en el horizonte sin problemas, una mañana limpia, cálida. Si uno miraba el océano mezclándose con la arena de las dunas, aquello era el paraíso. Cinco o seis pescadores hacían de las suyas sobre la orilla, un despliegue de paciencia que era lo único que me ponía nervioso. Porque nunca entendí el vicio de los pescadores. Cuando alguno picaba algo, se concentraba en la presa con el clásico juego de palanca de la caña. El resto de los colegas miraban asombrados la situación -como si fuera la primera vez que sucedía algo así-, expectantes. Alguno sonreía discretamente si el otro sacaba un alga o algo parecido. Un gran pez pareció engancharse en el anzuelo del sujeto barbudo, que soltó una carcajada abismal y se hizo cargo del momento. Tomó con suavidad la caña, que era sencilla, natural, con una tanza que parecia casi de mentira. Sin esforzarse, sacó del agua una corvina inmensa, que devolvió pronto al océano. Los demás lo miraron atónito y comentaban entre ellos que tal pescado era un manjar y que era de locos no comerlo a la parrilla. Se instaló el clima de sorpresa cuando picó la frágil caña otra bestia marina. Extrajo el hombre un chucho grande como un auto pequeño. Era, sin duda alguna, un momento histórico para la pesca nacional, no soy presumido al decir que una foto de semejante animal habría recorrido los medios de todo el planeta. Vi los rostros boquiabiertos de los otros pescadores, que no contaron con el tiempo necesario para saber si de verdad estaban despiertos, supongo que ni siquiera fueron capaces de sentir envidia.
El exitoso pescador tomó con inusual cariño a la presa. La observó sobre su cabeza, como si fuera un cocinero con la masa de una pizza. Y volvió a reír: pero esta vez más fuerte. Hubo la sensación en la playa de que la risa majestuosa despertó una leve brisa matinal. Otra vez puso al animal en el agua y vimos cómo se iba en calma, una gigante alfombra viva.
Como espectadores, habíamos tenido una mañana bastante espectacular. Uno de los pescadores le preguntó al hombre qué carnada estaba usando. Sin decir nada, el pescador enigma se quitó la ropa y mostró un cuerpo intemporal: parecía haber soportado mil tempestades y estar intacto. Miró uno por uno a los presentes en la playa y se sumergió con cruda naturalidad en el océano, para aparecer unos veinte metros más lejos, ya con su tridente en las manos y montando varios caballos blancos perfectos.

1 comentario:

Minerva dijo...

Por un momento creí en lo extraordinario. Tenés talento y rareza para crear mundos complejos, maravillosos. Buen texto.