Puedo volver atrás la secuencia de los hechos, buscando un foco racional, pero todo se hace difuso y me convenzo cada vez más de que estamos todos locos. Mi cuarto, al que antes atribuí las mayores alegrías, es ahora un cajón dramático. Sólo entrar y dar un suspiro alcanza para que lleguen los duendes, que me rodean con juegos de ironía, haciéndome sentir un tonto. Siempre me enseñaron a planear el futuro, diseñar la vida como una autopista perfecta, llena de elementos gratificantes. "La vida es para vivirla mejor", me decían. Y les creo, pero la realidad es que siempre voy a estar haciendo cosas que no quiero hacer. La rutina que logré establecer me hizo famoso entre la gente; por dentro, sin embargo, soy una bolsa de dudas. Desde el instante en que abrí los ojos y con alarmante sorpresa vi mi insignificancia -la imagen exacta llegó en un sueño, y fue la autopista perfecta de la que hablé antes, abriéndose paso hacia la ciudad de la Muerte-, nada ha sido igual. El tremendo sentimiento de impotencia me abrazó, la luz de eternidad que llevé con inconsciente ignorancia durante todo ese tiempo se apagó. No pude ver el mundo como era antes, nunca más. En algún momento voy a terminarme. ¿No es eso una locura?
Me tomé el atrevimiento, ante tal descubrimiento cósmico, de quemar la mayoría de los libros de autoayuda que había en la casa. No sirven para nada, pensé. Pretenden ser un faro sin luz, para gente ciega que no confía en sí misma. Como soy una persona pragmática, continué haciendo mi trabajo, por lo menos hasta que se me revelara alguna solución para el problema de la existencia, no podía dejar de comer. Sin embargo delegué mucho trabajo y cada vez fui haciendo menos. Era el dueño y podía darme ese lujo. Cambié balances y reuniones, presentaciones y viajes de negocios por horas de meditación intrascendentes, porque no lograba nada, me perdía en un mar de supuestos. Apuntaba a los misterios más grandes, pero lo hacía con furia, porque partía de la premisa de que algo me dio inteligencia, algo juega conmigo, algo me permitió saber que vivo. Y yo quería estar de inmediato en esa posición. El lugar que Adán y Eva quisieron tener. La misma ambición que los expulsó del paraíso, sujetaba fuerte todas las partes de mi cuerpo. Recuerdo con claridad la sensación de tener frente a mi un puzzle que sólo puede ser armado por alguien más.
Miles de pensadores y filósofos se ahogaron en las ideas que crearon. Nunca se logró un conocimiento perfecto en la historia de la humanidad. Toda ley científica puede ser quebrada. Lo que parece fuerte es débil, y lo asombroso e irreal se convierte en una verdad difícil de creer. En cierto punto de las meditaciones en que me sumía, quise conocer a alguien que levitara. Ver para creer, me dije. Que alguien se eleve, venciendo la gravedad, no es algo para tomarse en broma. Así fue que conocí a Joachim, un señor de unos 50 años, con un rostro que podría haber sido de un ingeniero, un maestro o un vendedor de autos. Pero, una vez que me permitió -desde otra habitación contigua- verlo suspendido sobre el aire, las facciones y todos sus gestos corporales se convirtieron para mí en el paradigma de un levitador. Él me vio tan perturbado que trató de calmarme. Por supuesto que no lo consiguió. Volví a casa sin aliento y, mientras la gente volvía en masa del trabajo a las casas, me sentí dueño de un secreto poderoso. ¿Cómo es posible que alguien flote en el aire?
La mayor plenitud que alcancé como ser es el amor. Un refugio perfecto. No hay mayor sensación de regocijo que sentirse amado y poder amar. Cuando siento amor me olvido de todo, las necesidades físicas se desvanecen, el propio sentimiento llena el alma.
Soy testigo, cada día de mi vida, de la inercia social. No hay tiempo que perder pero perdemos el tiempo a patadas. Formo parte de esta paradoja. Nadie, salvo el creador -llámese Dios o la fuerza de la Naturaleza- sabe qué somos. Yo no sé qué soy. Suena iluso ante la rápidez de la vida en la ciudad el cuestionarse cosas como la identidad personal. El punto de sinceridad máxima con uno mismo lleva a reconocer muchas cosas, ayuda a imaginar las dimensiones del universo. Cuando veo a los humanos, llega a mi mente una imagen trágica: somos niños jugando con una pelota que quizá no existe, creando realidades sobre un vacío que podría llenarse de mil formas distintas. Sin respuestas, miramos en un espejo que nos devuelve todo el misterio de la vida, más allá de tener el pelo arreglado o la corbata bien puesta.
martes, 20 de mayo de 2008
jueves, 8 de mayo de 2008
El pescador
El sol se elevó en el horizonte sin problemas, una mañana limpia, cálida. Si uno miraba el océano mezclándose con la arena de las dunas, aquello era el paraíso. Cinco o seis pescadores hacían de las suyas sobre la orilla, un despliegue de paciencia que era lo único que me ponía nervioso. Porque nunca entendí el vicio de los pescadores. Cuando alguno picaba algo, se concentraba en la presa con el clásico juego de palanca de la caña. El resto de los colegas miraban asombrados la situación -como si fuera la primera vez que sucedía algo así-, expectantes. Alguno sonreía discretamente si el otro sacaba un alga o algo parecido. Un gran pez pareció engancharse en el anzuelo del sujeto barbudo, que soltó una carcajada abismal y se hizo cargo del momento. Tomó con suavidad la caña, que era sencilla, natural, con una tanza que parecia casi de mentira. Sin esforzarse, sacó del agua una corvina inmensa, que devolvió pronto al océano. Los demás lo miraron atónito y comentaban entre ellos que tal pescado era un manjar y que era de locos no comerlo a la parrilla. Se instaló el clima de sorpresa cuando picó la frágil caña otra bestia marina. Extrajo el hombre un chucho grande como un auto pequeño. Era, sin duda alguna, un momento histórico para la pesca nacional, no soy presumido al decir que una foto de semejante animal habría recorrido los medios de todo el planeta. Vi los rostros boquiabiertos de los otros pescadores, que no contaron con el tiempo necesario para saber si de verdad estaban despiertos, supongo que ni siquiera fueron capaces de sentir envidia.
El exitoso pescador tomó con inusual cariño a la presa. La observó sobre su cabeza, como si fuera un cocinero con la masa de una pizza. Y volvió a reír: pero esta vez más fuerte. Hubo la sensación en la playa de que la risa majestuosa despertó una leve brisa matinal. Otra vez puso al animal en el agua y vimos cómo se iba en calma, una gigante alfombra viva.
Como espectadores, habíamos tenido una mañana bastante espectacular. Uno de los pescadores le preguntó al hombre qué carnada estaba usando. Sin decir nada, el pescador enigma se quitó la ropa y mostró un cuerpo intemporal: parecía haber soportado mil tempestades y estar intacto. Miró uno por uno a los presentes en la playa y se sumergió con cruda naturalidad en el océano, para aparecer unos veinte metros más lejos, ya con su tridente en las manos y montando varios caballos blancos perfectos.
El exitoso pescador tomó con inusual cariño a la presa. La observó sobre su cabeza, como si fuera un cocinero con la masa de una pizza. Y volvió a reír: pero esta vez más fuerte. Hubo la sensación en la playa de que la risa majestuosa despertó una leve brisa matinal. Otra vez puso al animal en el agua y vimos cómo se iba en calma, una gigante alfombra viva.
Como espectadores, habíamos tenido una mañana bastante espectacular. Uno de los pescadores le preguntó al hombre qué carnada estaba usando. Sin decir nada, el pescador enigma se quitó la ropa y mostró un cuerpo intemporal: parecía haber soportado mil tempestades y estar intacto. Miró uno por uno a los presentes en la playa y se sumergió con cruda naturalidad en el océano, para aparecer unos veinte metros más lejos, ya con su tridente en las manos y montando varios caballos blancos perfectos.
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