viernes, 12 de febrero de 2010

Tierra de sueños


Apareció en una ruta desierta, en medio de la nada. Puso la mano como visera en la frente para tapar el sol, una especie de sol violeta que hacía ver las cosas en colores insólitos. Igual no había nada para ver. Se sacó la mochila con rapidez y se agachó para abrirla. El sentimiento era como saber perfectamente lo que estaba haciendo y al mismo tiempo no entender nada de nada. Por un instante se vio desde afuera de su persona, igual que en una película. Después abrió el cierre de la mochila y vio que no había nada. Sintió sed. Quiero irme de acá, qué hago acá, la puta madre, pensó. Y cerró los ojos. Fue entonces cuando apareció en una fiesta muy animada en una casa enorme con piscina. Habían chicas en bikini, todas divinas, tomando cócteles increíbles. Habían hombres también, vestidos con ropa de moda y peinados europeos, pero eran como de cartón y ninguno hablaba, por eso las mujeres lo miraron fijo y él les dijo: “Hola, quiero saber todo de ustedes”. Vino una que parecía rusa y le dio su vaso. Tomó un trago, dos, y se sintió raro. Lo que sintió fueron ganas de decir muchas cosas pero no saber cómo. En fin, no podía hablar. Miró su atuendo y se dio cuenta que tenía un traje a medida blanco, sería Armani o una de esas marcas gloriosas. Y los zapatos que llevaba, eran como para jugar al golf. Soy un imbécil, soy igual a todos, pensó. Corrió descontrolado y se tiró a la piscina. El agua era tan pura que calmó la desesperación. Las chicas se fueron. Los hombres también. Y él ya no llevaba el trajecito de millonario. Estaba desnudo, flotando en un agua mágica. Sólo podía pensar en lo bien que estaba en esa agua, ese era todo su mundo. Pensó con tanta profundidad en lo bien que estaba, que logró sentir placer de pensar. Y allí dijo en voz alta: “Esto debe ser el paraíso”. Pero fue un error decir eso, porque al instante una voz lejana comenzó a llamarlo por su apodo: “Lechuga, lechuga, ¡lechugaaaaa!” ¿Quién me conoce acá? No quería encontrarse con nadie conocido. De a poco, la voz se hacía familiar. Ahora estaba corriendo por un bosque, atropellado, cayó un par de veces al suelo. Era obvio a esta altura que algún idiota lo perseguía. “Lechuguitaaaaa”, escuchaba desde atrás. Se escondió atrás de un árbol bastante grande y vio que se acercaba Lily, su hermana de seis años. Lily le hizo señas para que se callara, y le dijo suave al oído: “Acordate cuando abras los ojos, esto puede ser real también”.