sábado, 27 de octubre de 2007

E l R a y a d o r

Yo soy Charly. Tengo un disco de pasta de los Doors, y está rayado en el lado A. El disco se llama Morrison Hotel. Saber quién me odia tanto como para rayar un disco así es una misión casi imposible. Tampoco espero encontrar al asesino. El vinilo está dañado con una simple raya que recorre toda la circunferencia en forma de estrella. Es hasta gracioso ver la serpentina infantil que alguien dibujó. Creo que utilizaron una llave o algo parecido. Todas las pistas tienen alguna imperfección. Las canciones son más humanas que nunca ahora; ellas son hijas de la rabia.

No puedo dejar de escucharlas. No quiero comprarme un disco nuevo. No las quiero escuchar en CD. Quiero escuchar las versiones podridas que alguien me dejó. Quiero que el sonido vuele en el aire y que la voz entrecortada de Morrison persiga al cobarde, que viaje como un boomerang hasta atraparlo. Sólo pido justicia, pero hace tiempo que me acostumbré a vivir sin ella.

Pasa muchas veces que cuando algo sale mal, sale de la peor manera posible. Es como una desgracia amplificada, con algunos toques dramáticos adicionales. Así, Peace Frog, la canción número cuatro, es la que resultó más herida. Obviamente, estoy seguro de que El Rayador no sabía que es mi canción favorita de la banda. Jajaja, me río porque Peace Frog asoma como un tema alegre, pero no llega nunca a serlo. Eso es más difícil que hacer una canción feliz o triste a secas. Me río porque todo viene en partida doble. Cuando vi el disco dañado, casi lo tiro contra la pared. Y ahora suena a pesar de todo y me hace feliz.

Lo normal es muy difícil de encontrar. Sé que no puedo invitar a nadie a escuchar el lado A conmigo, porque inmediatamente van a decir “esto está rayado, sacalo”. Todos tienen manías distintas y cada cosa que sucede evoca sentimientos un poco diferentes en cada uno. Yo no busco las ideas que vienen a mi cabeza, pero vienen igual. Es un ejercicio: suena la música y me concentro, me dejo afectar por lo que suena. Este disco me da una forma novedosa de escuchar. Tampoco se crean que voy rayando discos por ahí y viendo que pasa después. No, yo sólo aprendí a jugar con el mal que hizo El Rayador, y me siento bien por transformar toda esta desgracia en algo positivo.

Entre la música descarrilada, saltan frases de Morrison, con la voz profunda, siniestra, negra como el fondo de un pozo. Parte del ritual es dejar que el disco se desenvuelva por su cuenta, así que nunca lo toco una vez que está sonando. Hoy se trancó especialmente en la segunda pista, que se llama Esperando al Sol. El cantante diciendo: “This is the strangest life I’ve ever known”. Y es una frase muy interesante, porque justifica los actos de todos, incluso los míos y los del Rayador.

domingo, 21 de octubre de 2007

Un cuento de terror

Cuando llegamos no había nada. Este dato supongo que no es útil si les cuento que tampoco hay nada ahora. Del lugar que elegimos emanaba olor a culpa, de la tierra hacia el cielo, y oscuros presagios nacieron en mi alma.

No es que no haya sol, es algo mucho más horrendo. Con el paso de los días la atmósfera se volvió espesa; de manera macabra, un genial banco de niebla nos robó el cielo. La luz del sol ya no es natural, tiene un tono de fuerte brillo, que muchos como yo notan insano. Es una mueca de lo real, una payasada del clima que se ríe de nuestra suerte.

Al principio creímos que todo iba a pasar. Yo también. Pero nadie tenía iniciativa de averiguar nada. Con la niebla, nuestra torpeza se incrementó en niveles insólitos. En la tercer noche los aullidos. El miedo se convirtió en nuestro compañero por las noches. Parecen lobos. Pero yo conozco el aullido de un lobo y lo que escucho es rabia flotando en el aire, entrando sin piedad a través de cada centímetro de mi piel.

Tenemos alimento para dos días más. Vernos entre nosotros se convirtió en todo un desafío. Recién se distingue a una persona cuando su rostro se acerca a escasos centímetros de otro. Somos ciegos, me siento un ser muy raro: tanta luz y nada para ver.
La noche del primer ataque -la tercera- fue como el telón de una obra que se abre y da paso a un terror intenso, que no es más que la proyección de nuestra propia muerte. Por los gritos desciframos que se habían llevado a un chico inútil llamado Harpo. Lo que sea que se lo llevó, aquella cosa inmunda que nos quita el valor, se calló por esa noche. Nadie, salvo los niños más pequeños, volvió a dormir jamás.

Algo increible ocurrió al amanecer. Harpo, regresó. Llegó pidiendo auxilio a gritos, pero el miedo era tan grande que todos permanecimos estáticos, con el pulso a flor de piel. "¡Malditos! Yo sufrí por ustedes y ahora huyen de mí, en el peor momento de mi vida", dijo Harpo. Lo que queda de aquel muchacho inútil es un cúmulo de insensatez, ¿quién, en su sano juicio, va a dar algo por él?

En las siguientes noches, los ataques de la cosa se sucedieron, en frecuencias cada vez mayores. Funciona así: cuando empiezan los aullidos, sabemos que eso viene por nosotros. Comienza el caos y nos agrupamos en medio de la oscuridad. Algunos, al azar, son tomados por esa fuerza invisible y arrastrados sin remedio hacia el bosque que nos rodea. Vuelven al amanecer, insultando a todos, fuera de sí, manejados por un rencor insondable.

Supongo que es la venganza. Somos la raza que carga con el odio y, así como así, la tortilla se dio vuelta y algo se cobra las deudas que dejamos en el camino. Ni quiero cometer el pecado de preguntarme porqué a nosotros nos pasa esto. En este lugar esa pregunta tiene la respuesta en cada bocanada de aire y creo que todos entendimos, en cierto nivel, que hay algo de justicia en toda la tragedia que nos tocó vivir.

Los que vuelven de los ataques ya no establecen comunicación con los otros. Maldicen sin freno. Eso es lo único, quedan así pataleando un monólogo eterno, codeándose y durmiendo con pesadillas hasta que la muerte se hace cargo de ellos. La enfermedad que los ataques sueltan con misterio me da pánico. Me di cuenta de que ya no tengo miedo a morir. Es más, morir es un bálsamo para esta agonía cerebral. Algunos sobrevivientes, en el séptimo día, decidimos tomarnos de la mano y, con nuestras últimas fuerzas, intentar atravesar el bosque en medio de la niebla. Como sé, muy dentro de mi alma, yo no merezco escapar. Estoy en la bolsa de los cobardes, de los medianos que no hicieron nada con nada. Este lugar nos representa y vamos hacia una muerte inmediata, estoy convencido.

Este diario es mi legado final. Al que lo encuentre, sepa que algo horrible sucedió en estas tierras y que, por favor, prevenga a todos de ello.

viernes, 19 de octubre de 2007

Ella y los rieles

Ella miró al cielo y sus ojos chocaron con las estrellas, débiles, luchando contra la luz cobre de la ciudad. De pronto maldijo el lugar donde vivía y miró a las personas que la rodeaban, con el presentimiento de que a todas les pasaba lo mismo. Pero no. Se encontró sola en pensamientos que nacían solos, como magia. Si no hago fuerza para pensar estas cosas, ¿porqué buscan con tanta fuerza aparecer?

La única conclusión a la que llegó fue que algo andaba mal. No sé si Adán y Eva existieron -pensó-, pero esto no es el paraiso. El paraíso se fue a otro lugar. La libertad siguió al paraíso de la mano y huyeron juntos, hacia dónde, nadie sabe.

Siguió caminando, volvía del trabajo a su casa. Lentamente, como un suspiro invisible, otro día se escapaba. Ella recorría uno de esos momentos íntimos, ella se planteaba si su vida iba sobre rieles. ¿Iba sobre rieles? Todos la felicitaban, pero sabía que no encontraba la conexión con sí misma. Empezó a recordar el momento en que la había perdido y voló en recuerdos a la niñez. Durante algunas estaciones del metro, ella tenía 7 años y se hamacaba en un parque con su hermana. Los pelos suspendidos en el aire, brillando al sol como espigas de oro. Sin problemas, no existían preocupaciones, era la plenitud, era la sinceridad incuestionable de una niña. Cuando su mente terminó de proyectar esta película, ya era tiempo de bajarse y caminar las tres cuadras hasta casa.

Al llegar, prendió la tele y empezó a buscar algo para ver, siempre hay algo para ver, se dijo a sí misma. Buscó, y tras dar un par de vueltas a todos los canales, se detuvo en una película intrascendente. Al rato sus párpados cedieron y quedó dormida sobre el sillón, sin sacarse la ropa de oficina.

Otro día. Ya de nuevo en el trabajo, hizo lo de siempre. Y lo hizo bien. Desde lo alto del edificio, miró al río y vio los barcos moverse despacio, y por un instante habría dado todos sus estudios y reputación por ser aquel marinero que manejaba el timón.
Durante el resto de la jornada, divagó sobre la vida de otras personas a las que creía más felices que ella. Sintió cierto vacío apoderarse de su vientre. Decidió llamar a su hermana y le dijo: "Vamos a vernos, quiero hablar contigo, necesito hablar contigo".

-Me siento que nunca debí haber crecido más que 7 años.-
-¿Porqué decís eso? -dijo la hermana menor-.
-Porque creo que, a esta altura de mi vida, haga lo que haga, nunca voy a poder ser más feliz que cuando tenía 7 años.-
-Jaja, ¿sabes qué?, creo que tenés razón, me gustaría tener un control remoto de nuestras vidas y ponerle rewind unas cuantas veces por día-.
Ella miró a la hermana y sonrieron, en un gesto de complicidad único, que sólo entienden los hermanos o los muy amigos. Y siguieron las dos caminando por la ribera del río, venciendo al tiempo y al cambio, en recuerdos eternos de felicidad.

miércoles, 3 de octubre de 2007

L o s m u n d o s

El segundo cuento que escribí en mi vida, cuatro años atrás. Ojalá les guste, a mi siempre me gustó.

La noche para todos nosotros hubiera sido demasiado oscura. Sin embargo, para el hombre que conoce la oscuridad por dentro, la noche que todos vemos no es más que una sombra de la que se puede encontrar en nuestro interior. Llevaba mucho tiempo caminando, en algunos momentos llegó a correr, pero luego desistió al ver que no disfrutaba del paisaje. Estaba seguro de ir solo y se sentía conforme con eso, porque sabía que es mucho peor sentir la soledad rodeado de personas, como un vacío que nada puede llenar y se lo estaba llevando a un mal lugar.
Desde que partió del otro mundo, mundo que seguía existiendo al tiempo que él estaba allí, todo mejoró en su interior. Su oscuridad fue tomando forma de luz y todo cobró sentido, nuevo y revelador, que le dio sabiduría. Fue en ese momento que vio una casa a lo lejos y sintió que alguien vivía allí, aunque a esa distancia era difícil afirmarlo. Caminando se acercó a una puerta de roble, enorme, con dos leones de bronce como golpeadores. Majestuosa y sombría se mostraba la casa en medio de la noche.

Resulta que el único que se encontraba en esa casa, heredada de mi abuelo, era yo.
Los tiempos eran diferentes a los de ahora, yo me estaba adecuando a la vida en mi nuevo hogar y tendría que comenzar a cultivar para poder alimentarme en el cruel invierno que se aproximaba.
Un sonido me despertó, era el sonido seco de alguien golpeando la puerta. Esos golpes representaron en mi vida un nuevo amanecer . ¿Nunca esperaron ser sorprendidos de manera sobrenatural por alguien que golpea sus puertas? Esto les puede pasar en cualquier momento, esta historia así lo prueba. Duro y frío como el mismo mármol que pisé, me desperté para abrir la puerta, por supuesto que tomé en el camino la Winchester de caño recortado. Era menester la seguridad.
- “¿Quién está ahí?”
- “No soy más que una persona viviendo, no preciso la violencia ni traigo el mal en mi bolsa.”
Estas palabras entraron en mis oídos y me llenaron de dudas, sin embargo me dieron la seguridad de que lo que el hombre quería transmitir era verdadero.
Abrí la puerta y esa fue la primera vez que lo vi: ropas viejas, no tenía ningún tipo de calzado y llevaba un gran tapado de bisonte que cubría todo su cuerpo. Su rostro era el de alguien joven aunque contaba con las marcas del tiempo, un semblante desprolijo y auténtico, una barba larga y blanca y el pelo espumoso, del mismo color que la espuma del mar.

Le pregunté por qué caminaba de noche, y él contestó algo innovador y sugestivo: “La noche tiene tanta vida como el día, la energía nunca descansa y yo me muevo según mis sentimientos, la naturaleza es libre en su orden.”
A continuación, me dijo: “¿Puedes abrirme la puerta a tu mundo? De esta forma yo te mostraré el mío y veremos qué mezcla extraña y novedosa sale de ellos.”
-“¿Mi mundo?”, pensé.
Sin más, agregó: “Todos tenemos un mundo, está en nuestra mente, lo forman nuestra energía y pensamientos. Algunas veces se encuentra presente y otras muy escondido, tímido. Es en estos casos que vemos a una persona apagada e insegura. No por descubrirse ante nosotros debemos juzgarlo bueno o malo, yo sólo quiero ver lo auténtico.”

En mi interior, y no muy profundo, pensé: “Maldito loco, ¿qué diablos hace adentro de mi casa?” A pesar de las dudas algo en mí encontró profundidad en sus frases, y me partí en dos, hasta que la batalla fue ganada por el instinto. Entonces, le di permiso para quedarse en casa, pensando que eso era lo que aquel extraño deseaba.
Ante mi ofrecimiento respondió: “Hace tiempo que no vivo bajo el techo del olvido, la tierra me ha llamado y acudí a ella para limpiarme de la oscuridad, es necesario mantener una parte de ella, así se valora más la luz. ¿Nunca has pensado en la cantidad de mundos que coexisten, no sin disputas, pero coexisten al fin? Son mundos creados por nosotros, mundos irreales que se transforman en metas insensatas...tú debes estar preparando la cosecha, ¿cuánto tiempo quieres vivir aquí?, ¿cuántas cosechas tendrás antes de recoger un fruto real?”
Ante este bombardeo, surgió mi parte más racional. Yo no estaba listo para pensar. Decidí rápidamente cerrar la cortina de mi mente cuando comenzaron los dilemas, disparados por el hombre nocturno.
Aquel barbudo señor tenía el extraño poder de saber lo que la gente como yo, rutinaria, estaba pensando. Esto lo podía sentir a través de sus ojos, y supongo que habrá pasado mucho tiempo hasta que me los quitó de encima y dijo: “Ven, voy a mostrarte algo, toma mi mano.”
Descargué mi escopeta en la alfombra roja que cubría la entrada de casa y le hice caso. Al tomar la mano, en mi mente se proyectaron imágenes llenas de vida, llenas de amor, donde el tiempo cobraba sentido e iba llenando de pequeños fragmentos el frasco de la vida. Una luz me encegueció y desperté sin saber dónde estaba. El hombre estaba sentado en el sofá frente a mí y sentí seguridad.
Dijo: “¿Has visto?, mi frasco está casi lleno, cuando se complete yo partiré de estas tierras, pero no me iré sin nada. Toda mi energía fue transmitida y espero que ella no pare de circular, incluso cuando ya no esté aquí. Ahora –dijo-, ¿qué es lo que tú quieres? Todos tenemos un frasco que debemos llenar, si no, nada tiene sentido.”
En ese momento me recompuse y no tuve que tomar una decisión, sólo recordé el verdadero sentido de vivir.