martes, 25 de septiembre de 2007

Pensamientos en tres líneas o menos

La luna da, en 24 horas, una vuelta sobre el mundo y exactamente otra vuelta sobre sí misma. Por eso es que siempre vemos la misma cara. Me fascina pensar en eso. ¿Quién se puso de acuerdo para que algo así suceda?

Si pensamos el mundo como nos recibió en el comienzo, no cabe otra alternativa que imaginar la perfección. Por más que haya casas y obras de arte admirables, hicimos mucho más de lo malo. A un paisaje natural, virgen, no hay nada que objetarle.

Cuando era chico podía jugar en la calle horas interminables sin miedo. Las casas no tenían rejas. Ahora no veo demasiados niños jugando en la calle, creo que están adentro, en el hogar, bajo llave y muchos usando aparatos electrónicos.

Qué rápido pasa la primavera.

Hace tiempo que no hay bichos peludos en la calle. No me gustaba verlos, pero no sé porqué se fueron sin avisar. Supongo que los extraño.

Podrían filmar la próxima película de Batman en Montevideo. Es increíble que no se hayan dado cuenta que nos parecemos mucho a Ciudad Gótica. Si pueden miren el palacio Salvo de noche.

En una entrevista a Jaime Roos, le preguntaron cuál era el peor defecto de los uruguayos. Dijo la envidia. Creo que tiene razón.

Supongo que no hay nada nuevo en este pensamiento, pero los problemas de cada uno casi siempre son los peores problemas.

En algunos ómnibus toda la gente habla entre sí y parece conocerse. En otros hay un silencio tan grande que si estornudas sos un desubicado.

La música para hacer las compras en el supermercado es tan agradable que a veces me da miedo.

No hay explicación ni sentido para tanto sufrimiento en la humanidad.

Bob Marley –junto a los Wailers- logró que todas sus canciones fueran buenas. No hizo una canción mediocre en toda su vida.

Existen personas desconocidas que viven solas en las montañas. Existen personas conocidas que viven rodeadas de gente.

A veces, por la ciudad reconozco alguien que al golpe de vista me resulta interesante y me gustaría conocer. Pero la mayoría de las veces se escurre en la multitud y no lo veo nunca más.

Tengo, en mi cabeza, una lista de seres humanos con los que me gustaría compartir una charla. Pero muchos están muertos, y los otros ídolos que quiero no saben quién soy.

Como no conocemos porqué vivimos, hasta nuestra idea más segura no deja de ser un enigma. Hasta ahora todo el universo no es más que un enigma. La palabra enigma es también un enigma.

viernes, 21 de septiembre de 2007

J a c k

Jack es el nombre de una persona única. Pero eso no alcanza para definirlo porque todos somos únicos. Así que hay que decir lo que hace a Jack especial entre todos nosotros. Primero que nada Jack no existe, es un producto de mi imaginación. Jack es pensamiento puro, es una combinación de gente y de ideas que navegan por mí.
Jack, él puede viajar al lugar que quiera con sólo pensarlo, así, ha recorrido casi todo el mundo. Lo que más le gusta son los lugares cálidos. Prefiere las Bahamas y tiene una enamorada allí. En realidad tiene amores por todo el mundo. Como puede teletransportarse, eso le da tiempo y calma para mantener las más variadas relaciones.
Jack no gasta mucho en comida. A veces, cuando tiene hambre se hace aparecer en un gran restaurant y pide todo lo que quiere. Y luego, cuando hay que pagar, simplemente ya no está. Jack no piensa demasiado en las consecuencias de sus actos porque nadie llega a conocerlo en profundidad. Pero no es malvado. Generalmente no permanece por estancias muy prolongadas en el mismo lugar, pero cuando sí lo hace se porta bien y no molesta a nadie.
El tiempo para Jack no es el mismo tiempo que para nosotros. Puede ir de Australia a Hawaii como un rayo de sol, entonces la noche y el día son relativos. Le encanta descansar sobre hamacas colgadas en palmeras de islas trópicales. Como vieron, no le gusta mucho el frío, aunque suele pasear por el invierno europeo. Le gusta la ciudad de Praga. Le gusta mucho el sur de Italia y también España en su límite con Francia.
Por supuesto que no está solo en el mundo, tiene grandes amigos de las más diversas profesiones religiones. A Jack se le da bien el trato con la gente, por su naturaleza no busca problemas, y va tan tranquilo que hasta el ser más salvaje de la ciudad o de la selva reconoce su calma. ¡Si ustedes lo vieran! Es imposible que alguien no se sienta bien en su compañía, tiene un río de historias para contar, pero lo más importante es que tiene también ganas de escuchar.
Jack se puede aparecer dentro de grandes bóvedas de bancos en Suiza o Estados Unidos y planea donar lo que sea necesario para terminar con los problemas del mundo que el dinero sea capaz de arreglar. Jack es un idealista en este sentido.
Jack hace infinidad de cosas más que mucha gente no creería. Él ya es parte de mí y yo parte de él, por eso, nadie puede negar que Jack existe y que es alguien asombroso.

martes, 4 de septiembre de 2007

Rambla

Lo primero que veo cuando llego a la rambla es el mar: una mezcla inseparable de océano y río. Como dijo una gran persona: “Puedo ver en el mar marrón de Montevideo, la sal que viene desde el este en un barco de paz, que navega por siempre”. Hay días en los que el marrón se ve sustituido por un verde digno del Atlántico, un color que hace soñar.
Las olas traen mensajes de otros continentes y mares, pero nadie parece escucharlas. A escasos metros, los autos vuelcan su incansable ruido. En esta rambla no se puede escuchar el agua, a menos que te acerques demasiado o te bañes; las olas acá hablan en secreto. Por su parte, el cielo quiere ver en qué estado se encuentra, y el mar se ofrece de eterno espejo.

La arena parece quejarse sin éxito bajo la basura que en ella descansa, y, sin embargo, mantiene algo de su pureza. Algunas gaviotas, escapadas de su isla, se posan en la orilla y miran al horizonte. Sospecho que más tarde irán al basurero para alimentarse. La ciudad ha cambiado la costumbre de las gaviotas: prefieren la comida rápida.

Supongamos que estamos de cara al mar, a nuestra izquierda tenemos una bajada larga, que conecta el cemento con el agua. Se ha construido para barcos pero está fuera de servicio. A nuestra derecha, sobre el otro límite, existe un parador antiguo. Está muerto en invierno y en verano apenas se escapa de la tumba. La acera de la rambla es una interminable sucesión de rayas horizontales, blancas y violetas que pueden volvernos locos si las observamos por más de un minuto. Ciclistas y corredores la usan mucho. Los autos forman parte del paisaje, nos recuerdan dónde estamos, en caso de que nuestra mente se vaya lejos ante la inmensidad del mar.

Una ciudad que crece y que llega a un límite, tan lejano que los ojos se pierden en el horizonte. Y pensar que existió un tiempo en que los bancos eran colocados de espaldas al mar, cuando en realidad la rambla es un lugar para asombrarse, para tomar consciencia de lo pequeños que somos. La naturaleza sigue viva en medio de nuestro camping de cemento.

Algo más de cien metros, en pleno Malvín. El pedazo de rambla que se ha grabado en mí: entre las calles Estrázulas y Michigan.

El hombre que sonreía



Un buen día nació un hombre que siempre estaba bien. Un hombre que no tenía malhumor y al que nunca le faltaba la risa. Toda su existencia -dulce vida por cierto- la pasó en la casa rural que estaba en lo alto de la colina. Los vecinos, sin excepción, le tenían envidia. Simplemente porque no soportaban verle feliz todos los días.

En silencio, cada uno de los pobladores, durante años, fue generando un profundo rechazo hacia él. Cada uno de ellos sufría regularmente la escasez de agua, la muerte del ganado, la pérdida de cosechas, y el único que mantenía el estado anímico era aquel hombre anormal. Los habitantes, al despertar en un día de desgracia buscaban inconscientemente el rostro del hombre de la colina, incluso tocaban a su puerta, pero nunca lo vieron con gesto sombrío; siempre la carcajada fantástica, aquel sonido insólito que hacía la vida de todos aún más miserable.

Cuando, en 1951, llegaron las grandes inundaciones, la situación llegó a límites insospechados. El río arrastró todo el ganado y disolvió las plantaciones anuales. El pueblo fue abandonado por un mes, mientras bajaban las aguas. Al regresar, incrédulos, pudieron observar como el hombre reconstruía su casa en la colina. Siempre riendo, las risas infernales se podían oir desde la ruta. A días de finalizar la casa, un grupo de vecinos aprovechó una ida del hombre al mercado y, desesperados, demolieron a palasos el rancho de madera. Avisaron a los demás y se escondieron con largavistas para disfrutar del sufrimiento del ser insensible. Todas sus esperanzas fueron en vano.

A la mañana siguiente, luego de dormir en una carpa por la noche, el hombre que sonreía bajó al pueblo y compró nuevas maderas para la casa. El vendedor, furioso, le cobró el doble por la compra. Al pagar, el hombre dijo: "Qué gracioso, cómo trepan los precios". Y se retiró a carcajadas del local, repartiendo el buen humor a toda la vecindad. En lo que duró su vuelta a la colina, el pueblo entero había tomado una decisión: estaban frente a un demonio, una persona que no merecía vivir en este mundo.

Por la noche, un grupo de hombres con capucha y vestidos de negro, rociaron con gasolina la carpa del hombre feliz y la prendieron fuego. Hombres, mujeres y niños del pueblo miraron desde lejos la hoguera y la muerte. Sin falta, aprovecharon la ocasión para sonreír, mientras volvían a sus casas para dormir en paz, por primera vez en mucho tiempo.





Bye Bye Dinosáuricos




México. Miró hacia arriba, atraído por el rugido del cielo. Una enorme bola roja prendida fuego se deslizaba a gran velocidad, volando sobre el horizonte, a unos escasos kilómetros de distancia. Poco después, el impacto, el temblor inmediato en la tierra y el miedo en el cuerpo. El gigante se tambaleó y cayó sobre un árbol. Era el principio del fin.

Cuando el día desapareció, nadie entre los dinosaurios entendió nada. Vagaron en estado de shock por la selva, ahora teñida de oscuridad. Miles de ellos, los supervivientes, perdieron el sentido horario y vivieron en confusión, durmiendo siestas entrecortadas, siempre alertas para no ser devorados en la noche eterna.

Sí, la naturaleza fue cruel con la especie. Un meteorito, con un universo infinito para elegir, vino a impactar en la tierra, y cerró la etapa dinosáurica. ¿Acaso los dinosaurios se habían portado mal? Eso no importa porque no podían distinguir entre bien y mal, ellos vivían tranquilamente guiados por el instinto. En la biblia nunca hablan de esto, pero yo siempre me pregunté acerca de un hecho tan importante para nosotros. Estoy convencido de que los humanos no podríamos convivir con la especie dinosáurica.

Ahora, voy a imaginarme cosas. El tan famoso meteorito destructor nunca cae, por lo tanto tengo que concluir que los dinosaurios siguen vivos. Se reproducen, y corretean por el mundo en paz -bueno, algunos eran tan grandes que sólo podían caminar-. Es más, dominan el mundo. Incluso había algo que hoy no hay: un depredador en el cielo, los terodáctilos asesinos. Hace un tiempo mi hermano me dijo al pasar -y con razón- que existen tigres, víboras, tiburones y orcas mortales, pero no hay una gaviota o un águila gigante que nos pueda quitar la vida.

La cuestión es: ¿alguno de ustedes se imagina a la especie humana naciendo y desarrollándose en medio de un mundo dinosáurico? Yo no. Me imagino un caos terrible: hombres devorados por dinosaurios Rex, bebés raptados por terodáctilos, entre otras horribles imágenes. De verdad que tendríamos que haber luchado por sobrevivir en tal escenario.

Pero no. El meteorito sí cayó, hizo un enorme agüjero en la Península de Yucatán y las flores no brillaron nunca más para los indefensos dinosaurios. Y 65 millones de años después, acá estamos los humanos. La única especie que puede pensar, los únicos que podemos crear reglas del bien y mal. Los únicos que, desde el 6 de agosto de 1945, demostramos que podemos destruirnos a nosotros mismos, sin la ayuda intergaláctica de ninguna roca voladora.